ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 2,1-7

Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: «Tú, siéntate aquí, en un buen lugar»; y en cambio al pobre le decís: «Tú, quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies». ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos? Escuchad, hermanos míos queridos: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? ¡En cambio vosotros habéis menospreciado al pobre! ¿No son acaso los ricos los que os oprimen y os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman el hermoso Nombre que ha sido invocado sobre vosotros?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Puede convertirse en algo normal también para la comunidad cristiana seguir el estilo de este mundo: honrar a los ricos y despreciar a los pobres. En el mundo contemporáneo no se tiene ninguna consideración con los pobres, y es fácil que queden totalmente olvidados o que sean incluso despreciados. Son personas a las que a menudo es fácil achacar las dificultades y los problemas de la sociedad en la que viven. Eso sucede también a nivel planetario cuando olvidamos la lucha para extirpar la pobreza. No está de moda hablar de los pobres, entre otras cosas porque eso comportaría una visión menos egocéntrica de la vida y de la sociedad. La carrera por los intereses de uno endurece el corazón y hace que la sociedad sea más cruel sobre todo con los más débiles. Dios, recuerda Santiago, actúa exactamente de manera contraria. Elige a los pobres de este mundo para hacerles ricos y herederos de su reino. Se lee en el Evangelio de Isaías: "En esto he de fijarme: en el mísero, pobre de espíritu, y en el que tiembla a mi palabra" (Is 66). Y Jesús llegará a decir: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6,20). En esta línea que da preferencia a los pobres debe moverse la comunidad de los discípulos de Jesús. El apóstol Santiago probablemente tenía delante de él a una comunidad formada por hermanos de proveniencias sociales distintas, que se comportaban como lo hace el mundo. La Iglesia no puede hacer distinciones entre personas por pura conveniencia, honrando la riqueza parar recibir algo a cambio. El ejemplo que pone Santiago sobre los sitios de honor que hay que reservar para los pobres durante las celebraciones indica no tanto el lugar físico que hay que asignarles sino el sitio que debe ocupar en el corazón y, por tanto, en las preocupaciones de los creyentes. Los pobres deben tener una atención privilegiada en la comunidad cristiana porque así actúa Dios. Además, Santiago destaca la facilidad con la que los pobres son oprimidos y explotados. Y no defenderles es como blasfemar el nombre mismo de Dios, que les ha elegido como sus hijos predilectos hasta identificarse con ellos, como leemos en el Evangelio de Mateo: "En verdad os digo cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Mateo los enumera: son los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los que están desnudos, los enfermos y los presos. Sobre eso seremos juzgados, porque el amor por ellos es parte integrante de la fe y de la vida cristiana, y no solo competencia de asociaciones de voluntariado o de nuestra Caritas. Los pobres, acogidos en la familia de Dios, son los hermanos más pequeños de Jesús y son, por tanto, familiares de los cristianos: han entrado en el corazón mismo de la Iglesia. Por eso hay que amarlos como hermanos. En ellos, encontramos a Jesús.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.