ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 25 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 2,14-26

¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios.» Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Rajab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los mensajeros y haciéndoles marchar por otro camino? Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fe es lo que salva, escribe Pablo: esta verdad libera al hombre de la soberbia de pretender la salvación, don gratuito de Dios. La fe, no obstante, debe vivificar toda la vida del discípulo, añade Santiago. No se trata en realidad de una contraposición, sino más bien de una aclaración. La fe, en efecto, libera necesariamente energías de bien. En ese sentido sin las obras está muerta. Además, Jesús decía: "No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21). Santiago insiste, como ha hecho hasta ahora, en un cristianismo que a partir de la fe se convierte en acción, comportamiento, opción de vida. La tentación de hoy es vivir una fe sentimental, individualista, que no se mide con las decisiones de la vida, como si la fe fuera un problema de mi relación individual con Dios sin implicar mi modo de actuar. No puede existir una fe que no se haga vida y obras. El apóstol indica un ejemplo muy concreto, inequívoco, para ayudar a comprender su advertencia. A través del ejemplo del rechazo de ayudar a un hermano o una hermana necesitados, Santiago plantea la insensibilidad y la dureza del corazón de quien no se conmueve. Dicho comportamiento es una evidente traición del mandamiento fundamental del amor. Y aun así es lo que hacemos normalmente, contentándonos con nuestros sentimientos, vividos tal vez con gran emoción y participación personal, creyendo hacer lo debido por las buenas palabras que decimos y no por haber ayudado concretamente a quien pide algo. No basta con creer en abstracto ni tampoco es suficiente hacer determinadas cosas. La fe, por su naturaleza, proviene del amor y, por tanto, es fuente de cambio del corazón y de la vida. Es eficaz a ese respecto el ejemplo de los demonios, que creen en la existencia de Dios, pero no por eso pueden ser llamados creyentes. La fe lleva necesariamente a nuevos comportamientos, a nuevas manifestaciones de amor. Abrahán es el modelo del verdadero creyente: él escuchó con confianza lo que Dios le pedía y lo puso en práctica de inmediato y hasta el fondo. Su fe, que empezó con la plena confianza en la voluntad de Dios, se hizo perfecta en esta obra, lo que le valió la justificación. Lo mismo sucedió con Rajab, que decidió ponerse de parte del pueblo de Dios a pesar de ser extranjera y prostituta. Santiago concluye con una imagen más: del mismo modo que el cuerpo muerto es signo de la ausencia del alma, también la ausencia de las obras es signo de la falta de una fe viva. El juicio del fin de los tiempos, como se explica en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, explica de manera inequívoca las palabras de Santiago.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.