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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 7 de julio

Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 1,1-5

Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La epístola empieza con el nombre que el apóstol había recibido de Jesús: Pedro. Ser "piedra" era un atributo normalmente reservado a Dios, pero Jesús lo da también a un hombre pobre y débil como Simón después de su confesión de fe. Y Pedro, al que Jesús dio la tarea de apacentar sus ovejas, se dirige desde Roma con esta epístola a los cristianos de las comunidades diseminadas por el territorio de la actual Turquía para sostenerles en la fe mientras debían soportar la persecución. Es una manera de manifestar aquel amor universal que caracteriza a los discípulos de Jesús empezando por el "primero" de los apóstoles. Pedro llama a los cristianos "elegidos" por Dios y, tal vez por eso mismo, "en la Dispersión", es decir, "extranjeros" en este mundo. Sobre todo en los momentos difíciles los cristianos están llamados a redescubrir los fundamentos de su fe. Ante todo la elección de Dios, que nos llama a formar parte de un pueblo. Por otra parte nuestra condición de "extranjeros" en este mundo, es decir, universales y por tanto no ligados unos con otros por vínculos de sangre ni de cultura, sino universales, como nos recuerda la carta a Diogneto: "Viven en su patria, pero como extranjeros; participan en todo como ciudadanos y de todo son excluidos como extranjeros. Toda patria extranjera es su patria, y toda patria es extranjera". Por último, "en dispersión", es decir, un pueblo que encuentra su unidad en la dispersión porque su unidad es espiritual y mística. Por eso han sido llamados a tomar parte de la nueva comunidad de creyentes nacida de la resurrección de Jesús, regenerados: "a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible". El apóstol bendice a Dios por el gran don que hizo a los discípulos, es decir, porque les aseguró una esperanza que va más allá de la muerte y llega hasta la vida misma de Dios. La esperanza cristiana -dice Pedro- no es una promesa vacía o aleatoria. Es un don que recibimos hoy mismo aunque se hará realidad en el futuro. Es la semilla de la resurrección depositada en el corazón de los creyentes que, precisamente por la resurrección, se convierten en primicia de la redención. Estos, ya ahora, mantienen la esperanza incluso por aquellos que están desesperados, y toman parte en sus tribulaciones para liberar de las esclavitudes del pecado al mayor número posible de personas. El apóstol exhorta a los creyentes a tener frente a sus ojos la meta final, en la certeza de que el Señor les custodia de los ataques del mal hasta la manifestación plena del Reino.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.