ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 9 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 1,6-12

Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas. Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros, procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían. Les fue revelado que no administraban en beneficio propio sino en favor vuestro este mensaje que ahora os anuncian quienes os predican el Evangelio, en el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol invita a los cristianos, que sufren la oposición del mundo, a no desanimarse sino a exultar: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas". Las pruebas que la vida comporta son para la purificación de la vida de los discípulos, del mismo modo que el fuego purifica el oro librándolo de la escoria. Ya el libro de la Sabiduría escribía: "La vida de los justos está en manos de Dios... Los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol" (3,1-7). Esa purificación tiene por objetivo lograr que los discípulos sean similares a Jesús. Por eso deben dirigir su mirada hacia él. Pedro insiste en la fe que provoca alegría incluso en las dificultades. De hecho, la tristeza a menudo es fruto de la resignación y del amor por uno mismo. El joven rico no siguió a Jesús y "se marchó entristecido", porque estaba preocupado por sus bienes. El apóstol les escribe: A Dios le "amáis sin haberle visto"; pero los ojos del corazón permiten ver el rostro de Jesús. Pedro, mientras escribía, tal vez quería que los cristianos pudieran vivir la experiencia que él mismo tuvo cuando sus ojos se cruzaron con los del Maestro la noche de la traición, o cuando a orillas del mar de Galilea fue interrogado sobre el amor: " Simón de Juan, ¿me amas más que estos?", y él contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero" (Jn 21,15-17). Tener la mirada fija hacia el rostro de Jesús es fuente de "alegría inefable" y ayuda a obtener la "salvación de las almas". El apóstol se refiere a la salvación de toda la comunidad cristiana, de la que todo discípulo debe ocuparse. Sí, la salvación de la comunidad debe ser la primera preocupación de todo creyente, como lo era para los antiguos profetas, que por eso estudiaban y meditaban "día y noche" (Sal 1,2) las Santas Escrituras. Aquel mismo Espíritu que guiaba a los profetas sigue activo todavía hoy: los creyentes cada vez que acogen en el corazón el Evangelio son guiados por el espíritu a comprender aquel misterio de salvación que es guardado en lugar secreto y que el Padre reveló a los hijos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.