ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 12 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 2,4-10

Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido. Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, con esta exhortación, invita a los creyentes a "acercarse" a Cristo, "piedra viva", para formar parte de la "construcción de un edificio espiritual". La imagen de la piedra recuerda tanto la fortaleza del amor como el pulso de la vida, como sucedió con la roca del desierto de la que brotó el agua de la vida. Esta roca, desechada por los constructores de un mundo violento y malo, fue elegida por Dios, que la utilizó como piedra angular del nuevo edificio espiritual, que es la comunidad de los creyentes. Las piedras que forman este edificio son los creyentes. Y ellos deben basar su vida sobre la piedra angular, es decir, el Señor, que sostiene el edificio de la comunidad, y vivir del mismo amor y resistir con la misma fortaleza. Tal vez aquellas también serán desechadas por los hombres, como pasó con la piedra angular; pero precisamente por ello son determinantes para la edificación del nuevo edificio espiritual. La comunidad cristiana demuestra su veracidad evangélica porque no sigue el dictado del mundo. Por eso solo Dios, único y verdadero arquitecto, puede edificar ese templo. Pero es indispensable que cada creyente sienta la responsabilidad de ser una piedra viva, es decir, clara en la fe, generosa en el amor y fuerte en la esperanza. Tal vez Pedro, mientras escribía esta epístola, recordaba de manera particular aquellas palabras que Jesús le dijo en Cesarea de Filipo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Pero Pedro amplía el sentido de aquellas palabras y las aplica a todos los discípulos: todos los cristianos son piedras vivas del nuevo edificio espiritual que se asienta sobre los cimientos que es Jesús mismo. Pedro puede decir, pues, que los cristianos son, como Israel, "linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (cf. Ex 19,6). Ellos, reunidos alrededor de Jesús, se convierten en un único cuerpo que, con un solo corazón y una sola alma, se dirige a Dios en sus alabanzas, en su acción de gracias y en su invocación por la salvación del mundo. Ya no somos individuos separados, sino un pueblo, que ha conocido la misericordia de Dios (cf. Os 2,25). La comunidad cristiana, pues, no se construye para sí misma, sino para convertirse en el nuevo templo en medio de los hombres y poder "proclamar" a todos el amor del Señor y dirigir hacia todos la salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.