ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 4,7-11

El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, sensatos y sobrios para daros a la oración. Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados. Sed hospitalarios unos con otros sin murmurar. Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"El fin de todas las cosas está cercano", escribe Pedro en su epístola. Y con esas palabras no se refiere a una desgracia que hay que soportar, sino a un gran acontecimiento hacia el que hay que ir sin demora con temor y también con alegría. Debemos estar vigilantes si queremos recibir ese momento como un tiempo oportuno. El fin de todas las cosas no debe aplazarse a un momento distante de nuestra vida. En realidad, el tema del "fin del mundo" debe ser interpretado en relación al final de nuestros días. Es más, podríamos decir que para nosotros cada día es el momento final, el día que ya no vuelve y por tanto, de algún modo, el día decisivo y definitivo. Los cristianos deberíamos vivir cada día como si fuera el último, entre otras cosas porque no sabemos cuándo llegará la muerte. La vigilancia, pues, no debe ejercerse solo un momento, sino todos los días. Pero estar vigilante no se hace de manera abstracta, o retirándose quién sabe dónde. Estar vigilante se hace perseverando en la oración y viviendo con amor. El apóstol añade, para nuestro consuelo, que el amor cubre un gran número de pecados, y cita Pr 10,12: "El odio provoca pendencias, el amor disculpa toda ofensa". El único camino para vencer al odio que divide es el amor. Quien ama a los hermanos y las hermanas, quien sirve a los pobres y a los débiles, quien se preocupa por los demás prepara también su salvación. Es una convicción que está presente en toda la tradición espiritual de la Iglesia. Además, el mismo Jesús la explicita cuando afirma que la salvación depende del amor hacia los pobres, como explica en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. Todos somos llamados a administrar nuestra vida gastándola por los demás. Pedro, entre los distintos modos de servir a la comunidad, menciona dos que ya encontramos en los Hechos de los Apóstoles: el servicio de la Palabra de Dios y el de las mesas. Es una invitación a redescubrir la centralidad de la oración y de la caridad: las dos vías por las que avanza la salvación. Pero todo cuanto hemos recibido como don debe estar al servicio de los demás. Podríamos decir de algún modo que la vida es un tiempo en el que devolver la deuda de amor que cada día tenemos con Dios. Por eso cubre los pecados y reconcilia con el Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.