ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XVI del tiempo ordinario
Recuerdo de María Magdalena. Anunció a los discípulos que el Señor había resucitado.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 22 de julio

Homilía

El Evangelio que escuchamos el domingo pasado nos muestra a Jesús que envía a los doce apóstoles, de dos en dos, a los pueblos de Galilea para anunciar la llegada del Reino de Dios, para curar a los enfermos y ayudar a los débiles y a los pobres. El evangelista habla explícitamente de un "poder" que reciben los enviados para que puedan realizar esas cosas. Obviamente, no se trataba de un poder político o económico; aun así, era un poder real, una fuerza que llevaba a cabo curaciones en el cuerpo y en el corazón. El pasaje evangélico de este decimosexto domingo nos narra el retorno de la misión de las seis parejas de apóstoles. El evangelista presenta la satisfacción de los discípulos y de Jesús, que, a sabiendas de la escasa preparación de aquel pequeño grupo de discípulos, les había confiado igualmente aquella tarea; era suficiente que obedecieran al pie de la letra lo que les había ordenado, no tenían que presentar nada más que sus palabras y repetir sus gestos de misericordia. La obediencia había dado sus frutos. Podemos imaginar la mirada cariñosa de Jesús mientras los discípulos explicaban lo que habían hecho. Estaban felices; también algo cansados, como le pasa a todo "misionero" de verdad, que se olvida de sí mismo para servir al Evangelio. Cuando terminan de explicar lo que les había sucedido, Jesús les dice: "Venid aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco". Es una exhortación que suena muy cercana a este tiempo en el que mucha gente se prepara para descansar o, tal vez algo más, para la necesidad de un silencio que permita volver a la vida interior. Sin embargo, yo querría aplicar estas palabras de Jesús, sin duda a aquellos momentos de reflexión y de retiro espiritual, pero sobre todo al "reposo" que es la misa del domingo. No sé si vivimos normalmente con esta sensibilidad la santa liturgia. Si tuviéramos que encontrar un texto evangélico para expresar la espiritualidad del domingo, diría que estas palabras de Jesús son muy acertadas. En la misa del domingo somos llevados realmente "aparte", es decir, a un lugar distinto de nuestras ocupaciones habituales -aunque sean las de las vacaciones- para poder dialogar con el Señor, escuchar una palabra verdadera sobre nuestra vida, alimentarnos de una amistad que se mantiene siempre firme y recibir una fuerza capaz de sostenernos. No se trata de evadirse de la vida o de olvidar los problemas. El encuentro con el Señor en la santa liturgia dominical no nos separa del tiempo normal de la vida. En todo caso, es como una bisagra entre la semana que ha pasado y la que está por empezar; es como una luz que ilumina el tiempo de ayer, para comprenderlo, y el de mañana, para trazar su recorrido. Eso es lo que pasa en la narración evangélica, cuando Jesús y los discípulos suben a la barca para pasar al otro lado. El momento de la travesía en la barca, entre una orilla y la otra, se puede comparar con la misa del domingo, que nos une a las dos orillas del lago, donde siempre hay una gran muchedumbre de gente necesitada.
La muchedumbre, de entonces y de ahora, es sin duda el objeto primario de la misión del Señor y de sus discípulos. A ellos se dirige la compasión de Jesús; por eso el Evangelio puede decir: "los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer". Estar "aparte" -la misa dominical-, pues, no significaba una fuga, sino más bien un momento para fortalecer y pulir la compasión. Se trata de escuchar ante todo al Señor, dejar entrar en el corazón las palabras de la Escritura; estas son como un respiro más grande en el que puede reposar la mente; o, dicho de otro modo, representan una bocanada de aire puro que todos necesitamos para pensar mejor, para sentir de manera más generosa, para recuperar fuerzas. El inicio de la semana que está por venir debe encontrarnos serenos de espíritu y más cerca de los sentimientos del Señor.
Al llegar al otro lado del lago está de nuevo la gente esperándole. Tal vez han visto el recorrido de la barca, han intuido el lugar en el que va a tocar tierra, han ido corriendo y han llegado antes. En cuanto Jesús baja de la barca se encuentra otra vez rodeado. Escribe Marcos: Jesús "vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor". No hacía mucho que Juan Bautista había sido asesinado; y ya no había ningún profeta. Rara era la Palabra de Dios. Es cierto que el templo estaba lleno de gente y las sinagogas también; tanto es así que muchos afirmaban que la religión había vencido. Pero la gente, sobre todo los pobres y los débiles, no sabían en quién confiar, en quién depositar su esperanza, a qué puerta llamar. En las últimas palabras evangélicas podemos percibir toda la tradición veterotestamentaria sobre el abandono de la gente por parte de los responsables. El profeta Jeremías lo grita con claridad: "¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos!". Será el mismo Señor quien se ocupe de su pueblo: "Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus pastos". El secreto de todo se esconde en la compasión del Señor por su pueblo. Esta compasión, que llevó a Jesús a enviar a los Doce a anunciar el Evangelio y a servir a los pobres, continúa llevándole, apenas bajar de la barca, a reanudar inmediatamente su "trabajo". Y es eso mismo lo que continúa pidiendo a los discípulos de todos los tiempos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.