ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Pedro 1,12-15

Por esto, estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque ya las sepáis y estéis firmes en la verdad que poseéis. Me parece justo, mientras me encuentro en esta tienda, estimularos con el recuerdo, sabiendo que pronto tendré que dejar mi tienda, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Pero pondré empeño en que, en todo momento, después de mi partida, podáis recordar estas cosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol Pedro ejerce su responsabilidad de pastor recordando a todos la verdad evangélica. Podríamos decir que indica el itinerario de la predicación que cada generación cristiana debe continuar viviendo. Comunicar el Evangelio consiste en recordar las palabras y las obras de Jesús y reproponerlas, de generación en generación, para que lleguen a tocar el corazón de quien escucha y provoquen en él un cambio de vida. El Evangelio -recuerda Pablo- es "fuerza de Dios (Rm 1,16). En él está presente y actúa el poder del Señor. Por tanto, acoger el Evangelio no significa simplemente recordar hechos acaecidos en el pasado, sino más bien acoger la fuerza de salvación que encierran aquellas palabras: a quien las escucha la fuerza del Espíritu le hace cambiar el corazón y actuar para transformar la vida del mundo. El pastor, y todo creyente, debe sentir la responsabilidad de "estimular" a los hermanos y las hermanas de la fe a través de la predicación del Evangelio. El apóstol siente esta responsabilidad con especial urgencia, hasta el punto de que ve acercarse el fin de sus días. Probablemente las amenazas de muerte se habían hecho más evidentes y no quería privar a los cristianos de aquel testimonio que había cambiado tan radicalmente su vida, y que le había hecho pasar de pescador de Galilea a testigo del misterio mismo de Dios. En realidad también a nosotros se nos acaba el tiempo de comunicar el Evangelio. Eso significa que no podemos tardar más en comunicarlo porque es la única palabra que puede salvarnos a nosotros y al mundo de la barbarie en la que continúa cayendo. Pedro, con estas palabras, nos recuerda que debemos intensificar la comunicación del Evangelio testimoniando su verdad con obras y con palabras. El Evangelio, de hecho, se comunica de corazón a corazón, de generación a generación, y cada cristiano tiene la responsabilidad de esta tarea fundamental. No solo se trata de una responsabilidad hacia los demás, sino también hacia la comunidad en la que vivimos nuestra fe, pues sin comunicar el Evangelio, sin misión, toda comunidad cristiana corre el riesgo de secarse y morir.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.