ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 31 de julio

Salmo responsorial

Psaume 100 (101)

Quiero cantar el amor y la justicia,
para ti, Yahveh, salmodiaré;

cursaré el camino de la perfección:
¿cuándo vendrás a mí?
Procederé con corazón perfecto,
dentro de mi casa;

no pondré delante de mis ojos
cosa villana.
Detesto la conducta de los extraviados,
no se me pegará;

el corazón perverso está lejos de mí,
no conozco al malvado.

Al que infama a su prójimo en secreto,
a ése le aniquilo;
ojo altanero y corazón hinchado
no los soporto.

Mis ojos, en los fieles de la tierra,
por que vivan conmigo;
el que anda por el camino de la perfección
será mi servidor.

No mora dentro de mi casa
el agente de engaño;
el que dice mentiras no persiste
delante de mis ojos.

Cada mañana he de aniquilar
a todos los impíos del país,
para extirpar de la ciudad de Yahveh
a todos los agentes de mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.