ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 8 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,12-17

Os escribo a vosotros, hijos míos,
porque se os han perdonado los pecados
por su nombre. Os escribo a vosotros, padres,
porque conocéis al que es desde el principio.
Os escribo a vosotros, jóvenes,
porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos,
porque conocéis al Padre,
Os he escrito, padres,
porque conocéis al que es desde el principio.
Os he escrito, jóvenes,
porque sois fuertes
y la Palabra de Dios permanece en vosotros
y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo
ni lo que hay en el mundo.
Si alguien ama al mundo,
el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo
- la concupiscencia de la carne,
la concupiscencia de los ojos
y la jactancia de las riquezas -
no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan;
pero quien cumple la voluntad de Dios
permanece para siempre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, con una solemne triple alocución, se dirige a todos los creyentes. Les llama "hijos míos" porque él los engendró en la fe, pero también "padres" porque a su vez ellos mismos deben engendrar nuevos creyentes en la Iglesia, y también "jóvenes", es decir, fuertes, porque haciendo permanecer en ellos la Palabra de Dios han vencido el poder del maligno. Juan invita a los creyentes a no amar el mundo ni las cosas del mundo porque de ese modo se alejarían del amor de Dios. El mundo, en el lenguaje juánico, no indica simplemente la creación sino la realidad terrenal en cuanto sometida al poder del maligno (cfr. Jn 12,31) y, por tanto, opuesta al reino de Dios que es reino de amor y de paz. Resuena aquí la oposición planteada por Jesús: "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6,24). El "mundo" en este sentido se opone y crea obstáculos a los discípulos, así como al mismo Jesús. Ya en el prólogo del Evangelio de Juan están asociados "el mundo" y "las tinieblas", mientras que Jesús es la luz que viene al mundo. El creyente debe estar atento a no dejarse arrastrar por el poder del maligno que arraiga en el corazón a través de la concupiscencia de la carne que inexorablemente tiende a hacer el mal. El apóstol Pablo escribe a los gálatas: "Proceded según el Espíritu, y no deis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne" (Ga 5,16-17). Juan lo ejemplifica escribiendo que la concupiscencia de la carne se manifiesta en la "concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas". Quien se deja guiar por estos instintos se aleja de Dios y es arrastrado por la caducidad del mundo. Pero el mundo pasa, recuerda Juan, como recordaba también Pablo a los corintios: "La representación de este mundo pasa" (1 Co 7,31). Quien hace la voluntad de Dios, en cambio, "permanece para siempre".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.