ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 9 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,18-22

Hijos míos,
es la última hora.
Habéis oído que iba a venir un Anticristo;
pues bien, muchos anticristos han aparecido,
por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora.
Salieron de entre nosotros;
pero no eran de los nuestros.
Si hubiesen sido de los nuestros,
habrían permanecido con nosotros.
Pero sucedió así
para poner de manifiesto
que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros,
estáis ungidos por el Santo
y todos vosotros lo sabéis. Os he escrito,
no porque desconozcáis la verdad,
sino porque la conocéis
y porque ninguna mentira
viene de la verdad. ¿Quién es el mentiroso
sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ese es el Anticristo,
el que niega al Padre y al Hijo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La epístola, marcada desde el inicio por un espíritu polémico contra aquellos que siembran división en la comunidad, endurece aquí su tono. La presencia de los falsos profetas, que se identifican con el anticristo, hace que Juan diga que ha llegado "la última hora". En efecto, en varias ocasiones Jesús había advertido al respecto a los discípulos. Se lee en Marcos: "surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, a los elegidos" (Mc 13,22). También en las epístolas de Pablo, de Pedro y de Judas encontramos la misma advertencia. Juan, diciendo que "es ya la última hora", no quería afirmar que la historia estaba a punto de terminar, sino más bien que había llegado el tiempo de decidirse, de optar definitivamente por Jesús y por el Evangelio. Eso es válido para toda generación cristiana y para todo creyente. Todos son puestos a prueba durante su vida por los enemigos del Evangelio. Y cada uno debe decidir si está con Jesús, y no se puede dejar esa decisión para más tarde. Juan destaca dos aspectos que caracterizan la obra de los falsos profetas: la división de la comunidad y la disolución del Evangelio. Por eso escribe: "Salieron de entre nosotros... Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros". Aquellos no tienen la "unción del Santo", es decir, no tienen el Espíritu de Jesús que se ha infundido en el corazón de los discípulos. Por eso no es suficiente estar físicamente en la comunidad, sino que es necesario vivir su espíritu, participar en ella interiormente. El conocimiento, en el que insiste Juan, implica la fidelidad a las enseñanzas de Jesús tal como las ha transmitido la Iglesia. Esta es también una unión espiritual y de amor con el Señor, para no caer en el engaño de aquellos que afirman su propia verdad. Esta repetida exhortación nos previene también a nosotros para que no sigamos el pensamiento común, para que no nos amoldemos a él y rebajemos la fidelidad a la Palabra de Dios. El apóstol exhorta a permanecer firmes en la verdad del Evangelio: observándolo permanecemos en comunión con el Padre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.