ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 13 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 3,4-10

Todo el que comete pecado
comete también la iniquidad,
pues el pecado es la iniquidad. Y sabéis que él se manifestó
para quitar los pecados
y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él, no peca.
Todo el que peca,
no le ha visto ni conocido. Hijos míos,
que nadie os engañe.
Quien obra la justicia es justo,
como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo,
pues el Diablo peca desde el principio.
El Hijo de Dios se manifestó
para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado
porque su germen permanece en él;
y no puede pecar
porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del Diablo:
todo el que no obra la justicia
no es de Dios,
ni tampoco el que no ama a su hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol recuerda a los cristianos que Jesús vino para librarnos de la iniquidad que envuelve a quien no permanece unido al Evangelio. Hablando del pecado entendido como "iniquidad", Juan no piensa en las culpas que podamos cometer por nuestra debilidad, sino en la situación de quien vive fuera del amor porque está separado de los hermanos. La epístola contrapone la iniquidad con "permanecer" en Cristo. La unión con Jesús hace tan fuertes a los cristianos que Juan afirma: "Todo el que permanezca en él no peca". Los creyentes, acogiendo el amor de Dios han vencido el poder del mal y viven ya en comunión con Dios y con los hermanos; por eso "no pueden pecar". El apóstol, obviamente, no quiere fomentar una actitud de necia soberbia que sería fruto del orgullo, sino que quiere hacer comprender la firmeza que se alcanza viviendo en comunión con los hermanos. Aunque todos, incluso los discípulos de Jesús, son pecadores, en los creyentes hay siempre un "germen divino" que, depositado en su corazón, los guía por el camino del amor y no permite que la iniquidad les arrastre y les hunda. Todo el que ha nacido de Dios -afirma Juan- no peca porque el amor de Dios permanece en él por medio del Espíritu. Y el Espíritu hace que lleven a cabo las obras de Dios. Por eso los hijos de Dios se distancian de los hijos de la iniquidad porque estos últimos no practican la justicia, es decir, no observan el único mandamiento, el del amor de los unos por los otros. Solo en el amor se manifiesta la verdadera justicia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.