ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 17 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 4,1-6

Queridos,
no os fiéis de cualquier espíritu,
sino examinad si los espíritus vienen de Dios,
pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios:
todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en
carne,
es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús,
no es de Dios;
ese es el del Anticristo.
El cual habéis oído que iba a venir;
pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios
y los habéis vencido.
Pues el que está en vosotros
es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo;
por eso hablan según el mundo
y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios.
Quien conoce a Dios nos escucha,
quien no es de Dios no nos escucha.
En esto conocemos
el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan advierte a los cristianos de que no se dejen seducir por los falsos profetas, es decir, por aquellos que no aceptan el Evangelio o no lo proclaman en su totalidad. Y afirma que la fe en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre, es la base discriminante de la fe cristiana: "todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne mortal, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios". Con el término "carne", el apóstol no indica simplemente la encarnación, sino la "debilidad", propia de la condición humana, que Jesús asumió. De ese modo muestra hasta dónde llega el amor de Dios por los hombres. El apóstol Pablo lo describe en el himno a los filipenses: "Siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo" (2,6-7). Elegir la debilidad de la carne debía sonar como algo escandaloso para la corriente gnóstica de aquel tiempo, que consideraba de manera negativa la condición humana, pero también suena como algo escandaloso hoy para quien piensa que la salvación depende de la fuerza del hombre, de ser poderoso en este mundo, de tener poder y riqueza, y no de la cruz que continúa siendo un escándalo para quien no cree. Pero la cruz es la conclusión lógica del amor de Dios que se ha rebajado hasta límites inverosímiles para salvar al hombre del abismo del pecado y de la muerte. En la cruz de Cristo el amor alcanza su culmen y por eso se convierte en fuente de vida y de salvación. Los cristianos, acogiendo la cruz, reciben la salvación también aprendiendo a amar como amó Jesús. Así derrotan -junto al Señor- el poder del mal que esclaviza a los hombres hasta someterlos a su servicio. Eso sucede no por mérito nuestro o porque seamos mejores que los demás, sino porque en Jesús somos "de Dios" y por eso ya hemos vencido a aquellos, "pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo". El amor vence al mundo y salva a los hombres de la mentira.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.