ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 31 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas 1,1-4

Judas, siervo de Jesucristo, hermano de Santiago, a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo. A vosotros, misericordia, paz y amor abundantes. Queridos, tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación y me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre. Porque se han introducido solapadamente algunos que hace tiempo la Escritura señaló ya para esta sentencia. Son impíos, que conviertan en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y Señor nuestro Jesucristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la epístola se presenta como Judas, hermano de Santiago, y por tanto "primo" de Jesús. Lógicamente esta circunstancia le daba una cierta autoridad en la primera comunidad cristiana. Pero el autor, antes que este título, presenta el que más lo define, es decir, "siervo de Jesucristo". Pertenecer a la comunidad cristiana, de hecho, no depende de vínculos "naturales" (de sangre o de coincidencia de intención), sino de ser totalmente de Cristo porque él nos libra de la esclavitud de este mundo, del pecado y de la muerte. Jesús nos ha regenerado a una nueva vida y por eso todos pertenecemos a Él. El cristiano es totalmente de Cristo y, por consiguiente, siervo suyo. Este título es tan significativo que el mismo Pablo lo convirtió en su apelativo habitual. La verdadera gloria del cristiano es la de ser siervo de Jesús y de su Evangelio. Judas escribe esta epístola hacia el año 90 y la dirige a los "amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo" (1,1). Escribiendo a los "amados" (es decir, a los cristianos) subraya la iniciativa de Dios: los cristianos son los que han sido elegidos por Dios para formar una única familia, para ser amados y preservados por él. La base de toda comunidad, y de todo creyente, consiste en ser amado y guardado por Dios. El apóstol, llamado en el nombre del Señor a guardar a sus hijos, escribe a un grupo de comunidades que corrían el peligro de caer en el error. Les llama "amados", porque manifiesta hacia ellos el mismo amor del Señor. Y por ese amor, se dirige a ellos a través de una epístola para ayudarles a permanecer firmes en la única fe, e incluso deben combatir por ella. La vida cristiana es siempre un combate con el bien contra el mal. Solo tienen el tesoro que recibieron de una vez por todas y que debe transmitirse de generación en generación. Algunos quieren traer la división; son los falsos maestros. Estos, que se insinúan en la comunidad, quieren dividirla con su conducta pecaminosa o tergiversando el Evangelio. El apóstol advierte que de ese modo se reniega de Jesús, que es el único "amo" del que todos somos siervos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.