ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel y lo guió hacia la "tierra prometida". Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 4 de septiembre

Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel y lo guió hacia la "tierra prometida".


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas 1,17-19

En cambio vosotros, queridos, acordaos de las predicciones de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos os decían: «Al fin de los tiempos aparecerán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías.» Estos son los que crean divisiones, viven una vida sólo natural sin tener el espíritu.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, tras haber descrito largamente y haber condenado la obra de los falsos maestros, no quiere que los creyentes se sorprendan demasiado por lo que pasa. Se podría decir que estaban escandalizados pero no maravillados. El apóstol, en definitiva, parece sugerir que la salvación no está ni siquiera en la pureza de la comunidad (o de la Iglesia), en ser sus miembros sin mancha alguna. La salvación está solo en Jesús. Podemos mantenernos indiferentes frente al mal que se insinúa en la comunidad cristiana. Pero debemos, más bien, tomar conciencia del mal, confiar en el Señor y hacer todo lo posible para derrotarlo y alejarlo de la vida de los hermanos. Pero que en la comunidad podrían haber problemas lo dijeron los mismos apóstoles a las primeras comunidades: "Al fin de los tiempos aparecerán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías" (v. 18). Como mucho, esta advertencia apostólica llevaría a decir que han llegado los últimos días, es decir, los días en los que el príncipe del mal lanza su último ataque. Y creo que así es como hay que interpretar este pasaje. Estamos en los últimos tiempos en el sentido que el príncipe del mal ya no tiene mucho tiempo por delante y debe lanzar su reto definitivo. En las palabras del apóstol encontramos un fuerte llamamiento a tomar conciencia de la urgencia de esta lucha: tampoco nosotros podemos dejarlo para más adelante, ya no nos queda tiempo para aplazamientos; cualquier pereza, cualquier resignación, cualquier titubeo corre el peligro de convertirse en complicidad. Estamos realmente en los últimos días. El mal -y lo vemos también con nuestros ojos- se abate con una fuerza extraordinaria sobre la comunidad de los hermanos y sobre el mundo. Por eso tenemos que orar siempre para que el Señor proteja a nuestra comunidad y a la Iglesia del mal. El apóstol se para a considerar en particular el mal de la división. A menudo en el Nuevo Testamento se previene a los cristianos de este peligro. El apóstol Pablo recuerda a los corintios, a los gálatas y a Timoteo que presten atención a este peligro porque menoscaba los cimientos del mensaje evangélico. No podemos dejar de pensar en las divisiones que separan hoy a los cristianos entre ellos y en el escándalo que provocan. Y no solo eso. Esas divisiones son en la práctica cómplices de la tendencia de los pueblos a dividirse y a luchar. Hace falta tomar conciencia de todo eso y pedir ayuda al Señor para emprender con mayor audacia el camino contrario.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.