ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 6 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas 1,24-25

Al que es capaz de guardaros inmunes de caída y de presentaros sin tacha ante su gloria con alegría, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol termina la epístola con una alabanza a Dios (llamada doxología). Es una fórmula que se encuentra también en otras epístolas (por ejemplo, en la Epístola a los Romanos hay una doxología similar a esta) e incluye una oración del apóstol por la comunidad a la que escribe. La alabanza no es solo la conclusión de la epístola, sino el corazón de toda oración, porque cuando nos dirigimos a Dios siempre, incluso en las dificultades o en el lamento, lo alabamos reconociendo la grandeza de su amor y su ayuda. Judas confía los cristianos al único Señor, que es fuerte y poderoso. Él no solo los guarda "inmunes de caída" sino que los custodia hasta presentarlos "sin tacha ante su gloria con alegría". El apóstol incluye en una única mirada toda la historia de la Iglesia y ve su conclusión, cuando la Iglesia no tendrá tacha alguna y vivirá la alegría de los santos. Judas sabe que sus exhortaciones y sus advertencias son importantes porque están escritas con la autoridad del Señor, pero también es consciente de que solo el Señor es el Pastor fuerte y bueno que puede guiar y proteger a la Iglesia. Por eso sus exhortaciones se transforman en oración. Y la oración es la ayuda más robusta que puede dar a los cristianos a los que escribe. Es una invitación también para nosotros, para que aprendamos a orar los unos por los otros. Existe un ministerio de la oración en el que hay que participar de manera más intensa de cuanto se hace en todas las comunidades cristianas. Debe construirse en todo el mundo una especie de catedral universal de la oración en la que estén reunidos hermanos y hermanas del mundo entero alabando a Dios y ayudándose mutuamente. El único Dios, a través de su único Hijo, recibe las alabanzas de este único y variado edificio espiritual, que ya desde hoy permite degustar en la tierra el reino de amor y de paz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.