ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios. La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de septiembre

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios. La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 17,1-15

Morando ya David en su casa, dijo a Natán, profeta: "Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el arca de la alianza de Yahveh está bajo pieles." Respondió Natán a David: "Haz todo cuanto tienes en tu corazón, porque Dios está contigo." Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán en estos términos: Vete y di a mi siervo David: Así dice Yahveh: No serás tú quien me edifique Casa para que habite yo en ella. Pues no he habitado en casa alguna desde el día en que hice subir a los israelitas hasta el día de hoy; sino que he andado de tienda en tienda y de morada en morada. En todo el tiempo que he ido de un lado para otro con todo Israel, ¿he dicho acaso a alguno de los Jueces de Israel, a los que mandé me apacentaran a mi pueblo: Por qué no me edificáis una Casa de cedro? Di, pues, ahora esto a mi siervo David: Así habla Yahveh Sebaot: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo donde quiera que has ido, he eliminado a todos tus enemigos de delante de ti y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar a mi pueblo Israel, y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado, y los malhechores no seguirán oprimiéndole como al principio, y como en los días en que instituí Jueces sobre mi pueblo Israel. Someteré a todos tus enemigos. Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará una casa. Cuando se cumplan tus días para ir con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré su reino. El me edificará un Casa y yo afirmaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mi un hijo, y no apartaré de él mi amor, como le aparté de aquel que fue antes de ti. Yo le estableceré en mi Casa y en mi reino para siempre, y su trono estará firme eternamente." Conforme a todas estas palabras, y conforme a toda esta visión, habló Natán a David.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta primera parte del capítulo diecisiete constituye el corazón del libro de las Crónicas, es decir, la promesa de Dios a David de darle una descendencia eterna. La narración se abre con una reflexión de David al profeta Natán. Se evoca de nuevo el episodio ya narrado en el segundo libro de Samuel (c. 7) añadiendo algunos retoques. David confiesa al profeta el malestar que siente al ver que el arca del Señor está en una tienda mientras que él vive en una casa. La respuesta del Señor, que llega por boca del profeta, lleva a pensar que la idea de construir un templo no es tanto una iniciativa de David como de Dios mismo. El Señor quiere reivindicar la gratuidad de su amor por Israel y resalta que ha liberado a su pueblo de la esclavitud y lo ha acompañado durante años sin pedir jamás nada a cambio: "En todo el tiempo que he ido de un lado para otro con todo Israel, ¿he dicho acaso a alguno de los Jueces de Israel, a los que mandé que me apacentaran a mi pueblo: Por qué no me edificáis una casa de cedro?" (v. 6). Es la reivindicación de la gratuidad del amor de Dios. El Señor, a través de la boca del profeta, continúa: "Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera que hayas ido, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra" (v. 7). Eso mismo es lo que el Señor no deja de hacer con cada uno de sus hijos, todavía hoy. Será él quien fije "un lugar a mi pueblo Israel, y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado, y los malhechores no seguirán oprimiéndole como al principio... Someteré a todos tus enemigos. Y te anuncio que el Señor te edificará una casa" (vv. 9-10). Sí, es como si se hubieran invertido los papeles: no es David quien construye una casa a Dios, sino al contrario. Es el Señor quien construye un lugar donde su pueblo puede vivir seguro, donde ya no debe tener miedo, donde puede vivir sabiendo que tiene un Padre que lo ama y lo defiende. El texto, como en Samuel, dice que será el hijo de David, quien construya el templo. El autor sagrado nos hace ir más allá de Salomón y nos hace pensar en el mesías. Estamos, efectivamente, ante el origen del mesianismo israelita. La figura del "hijo de Dios", tal como aparece en el texto, excluye cualquier tipo de desobediencia; por eso no siquiera se mencionan las transgresiones de los descendientes de David con los consiguientes castigos. El autor sagrado nos lleva a pensar en el rey mesiánico. Las palabras que el Señor dirige al futuro rey ("Yo seré para él padre y él será para mí, hijo" (v. 13)), subrayan la profundidad afectiva de la relación que se establece entre Dios y su pueblo. La profecía de Natán supera el momento en el que se pronunció y anuncia la estabilidad del reino que el Señor instaura en la tierra: "Yo le estableceré en mi Casa y en mi reino para siempre, y su trono estará firme eternamente" (v. 14). Esta profecía encuentra su plena realización en Jesús y en su Iglesia, la casa que nos ha dado para que vivamos en ella.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.