ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelita a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 1 de octubre

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelita a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 21,1-6

Alzóse Satán contra Israel, e incitó a David a hacer el censo del pueblo. Dijo, pues, David a Joab y a los jefes del ejército: "Id, contad los israelitas desde Berseba hasta Dan, y volved después para que yo sepa su número." Respondió Joab: "¡Multiplique Yahveh su pueblo cien veces más de lo que es! ¿Acaso no son, oh rey mi señor, todos ellos siervos de mi señor? ¿Por qué, pues, pide esto mi señor? ¿Por qué acarrear culpa sobre Israel?" Pero prevaleció la orden del rey sobre Joab, de modo que éste salió y recorrió todo Israel, volviéndose después a Jerusalén. Joab entregó a David la cifra del censo del pueblo: había en todo Israel 1.100.000 hombres capaces de manejar las armas; había en Judá 470.000 hombres capaces de manejar las armas. No incluyó en este censo a Leví y Benjamín, porque Joab detestaba la orden del rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con este capítulo comienza la última sección del Libro primero de las Crónicas que terminará con el capítulo veintinueve. Toda la sección está dedicada a los preparativos para la construcción del templo: desde la elección de la zona, a las disposiciones para el servicio, a los deberes de los sacerdotes, de los cantores, de los porteros y así sucesivamente. Al final, David proclama rey al hijo Salomón. David organiza todo antes del comienzo de las obras. Y finalmente, al igual que hizo Moisés, David también hace lo mismo al nombrar al sucesor. El propósito del Cronista es indicar a David como aquél que está al origen tanto del templo como del culto. No obstante, es extraordinario que todo comience con la narración de la enorme responsabilidad de David al querer que se haga el censo. Hay quien sugiere que el autor sagrado, que hasta este momento ha evitado toda referencia a las culpas de David, destaca el pecado del censo porque permite elegir la zona del templo. En definitiva, la elección decisiva del reino de David procede de este pecado, que es la construcción del templo y la instauración del culto. En cualquier caso, el pecado de David se presenta como preludio dramático de la construcción del templo. Podemos decir que existe un misterio del pecado que atraviesa la historia entera de la salvación. Ésta no es una experiencia lineal, no es la historia de hombres y mujeres puros y sin culpa. El pecado parece ser parte integrante de la historia de la salvación. Hace pensar que la Iglesia, consciente del pecado de sus hijos y recordando el pecado original de Adán, cante en la noche del Sábado Santo: "Era realmente necesario el pecado de Adán, que fue destruido con la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa, que mereció tan gran redentor!" (Exultet).
Es el misterio del primado de Dios, y sólo de Dios, en la victoria del bien sobre el mal. Obviamente esto no justifica el pecado de los creyentes, sino que nos recuerda que es sólo Dios quien salva, ciertamente no nuestra coherencia. Y es en esta perspectiva donde se sitúa también el pecado que David comete estableciendo el censo. Verdaderamente es Satanás, citado como nombre propio, por tanto como ser dotado de su identidad, quien instiga a David a obrar el mal sobre la base de un proyecto suyo. Estamos en el camino que llevará a la concepción de Satanás propia del judaísmo tardío y de los escritos cristianos. El Cronista comienza diciendo que Satanás se alza contra Israel: es el mal el que quiere obstaculizar y detener el camino hacia el bien. E "incita" a David a hacer un censo. El rey no sólo quiere hacerse una idea exacta de sus propias conquistas y sobre todo de sus posibilidades militares sino que incluso piensa que él es el verdadero guía y el verdadero jefe de Israel. Es el pecado antiguo de Adán: llegar a ser como "Dios", o mejor, ponerse en el lugar de Dios. Sin embargo, David había sido advertido por Joab para que no tomara este camino, para que no intentara el censo. Por desgracia, David olvidó que sólo Dios era el Señor de su pueblo y que sólo Él era era la verdadera fuerza. Prefirió seguir su propio orgullo. A los ojos de los demás, quizá también a los nuestros, parece una decisión razonable. En realidad esconde el engaño del orgullo y de la exaltación de uno mismo. David razonó según los hombres y no según Dios. Tal vez si se hubiera acordado del episodio de Gedeón no habría insistido en el censo. En el libro de los Jueces se narra precisamente que el Señor invitó a Gedeón a reducir sus hombres: primero hizo escoger a diez mil y de éstos sólo tomó trescientos. Con ellos derrotó a los madianitas empleando sólo cántaros y cuernos (Jc 7). Es la lógica que preside la historia entera de la salvación todavía hoy.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.