ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Francisco de Asís.
Recuerdo de la dedicación de la pequeña capilla de Primavalle, primer lugar de oración de la Comunidad de Sant'Egidio en la periferia de Roma.
El 4 de octubre de 1992 se firmó en Roma el acuerdo de paz que ponía fin a la guerra de Mozambique. Oración por todos los que trabajan por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Jueves 4 de octubre

Recuerdo de san Francisco de Asís.
Recuerdo de la dedicación de la pequeña capilla de Primavalle, primer lugar de oración de la Comunidad de Sant’Egidio en la periferia de Roma.
El 4 de octubre de 1992 se firmó en Roma el acuerdo de paz que ponía fin a la guerra de Mozambique. Oración por todos los que trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy celebramos la fiesta de san Francisco de Asís recordando su muerte acaecida en la noche del 3 de octubre de 1226. Su testimonio sigue aún hoy conmoviendo los corazones de muchas personas para ir hacia el Señor. El encuentro con el leproso, al que abrazó y besó, y oír la voz del Crucificado de San Damián marcan su conversión. Desde entonces comenzó a vivir el Evangelio "sin añadiduras" y fue un testimonio significativo de aquel Evangelio no sólo dentro de la Iglesia católica y de todo el cristianismo, sino también fuera de sus límites. El anhelo de la paz lo impulsó, en una época de cruzadas, a ir a Damieta a hablar con el sultán. Reunió a su alrededor a muchos discípulos a los que llamó "hermanos" y decidió vivir entre los "minores", los pobres que rodeaban las ciudades medievales. En él el Evangelio se convirtió en la levadura de una fraternidad universal que no conoce ninguna frontera. Fue precisamente esta dimensión, reconocida universalmente, la que impulsó a Juan Pablo II a elegir Asís como lugar para el histórico encuentro entre las religiones para la oración de la paz en 1986. La página evangélica que la liturgia nos ofrece en esta fiesta incluye una de las oraciones de Jesús que da gracias al Padre porque se ha inclinado sobre los pequeños revelándoles el misterio del amor, aquel misterio escondido desde hace siglos y que ni siquiera los sabios pueden comprender. Dicho misterio es el propio Jesús enviado a la tierra para salvar a los hombres del poder del mal y de la muerte. Y a Dios le agradó salvar a los hombres comenzando por los más pequeños y los más débiles. Francisco figura entre los pequeños que acogieron y vivieron este amor. De ese modo él forma parte de aquella larga lista que como un hilo rojo atraviesa toda la Escritura.: la preferencia de Dios por los pobres y los débiles. De aquí es de donde Dios parte para salvar al mundo. Francisco revive la antigua historia de los discípulos de Jesús.: eran personas sencillas y despreciadas que fueron elegidas por Jesús como apóstoles del Reino. No sólo reveló su misterio sino que además se lo confió para que lo manifestaran al mundo. A través de estos discípulos Jesús sigue dirigiéndose hoy a las muchedumbres cansadas de este mundo y les dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso". Es el camino que Jesús continúa mostrando a los discípulos: acoger a los débiles aprendiendo de él a ser mansos y humildes de corazón. La vida con Jesús es suave y ligera, pero la vida según el mundo es dura y pesada.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.