ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 5 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 22,2-19

Mandó, pues, David reunir a los forasteros residentes en la tierra de Israel, y designó canteros que preparasen piedras talladas para la construcción de la Casa de Dios. Preparó también David hierro en abundancia para la clavazón de las hojas de las puertas y para las grapas, incalculable cantidad de bronce, y madera de cedro innumerable, pues los sidonios y los tirios trajeron a David madera de cedro en abundancia. Porque David se decía: "Mi hijo Salomón es todavía joven y débil, y la Casa que ha de edificarse para Yahveh debe ser grandiosa sobre toda ponderación, para tener nombre y gloria en todos los países. Así que le haré yo los preparativos." Hizo David, en efecto, grandes preparativos antes de su muerte. Después llamó a su hijo Salomón y le mandó que edificase una Casa para Yahveh, el Dios de Israel. Dijo David a Salomón: "Hijo mío, yo había deseado edificar una Casa al nombre de Yahveh, mi Dios. Pero me fue dirigida la palabra de Yahveh, que me dijo: "Tú has derramado mucha sangre y hecho grandes guerras; no podrás edificar tú la Casa a mi nombre, porque has derramado en tierra mucha sangre delante de mí. Mira que te va a nacer un hijo, que será hombre de paz; le concederé paz con todos sus enemigos en derredor, porque Salomón será su nombre y en sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. El edificará una Casa a mi nombre; él será para mí un hijo y yo seré para él un padre y consolidaré el trono de su reino sobre Israel para siempre." Ahora, pues, hijo mío, que Yahveh sea contigo, para que logres edificar la Casa de Yahveh tu Dios, como él de ti lo ha predicho. Quiera Yahveh concederte prudencia y entendimiento y darte órdenes sobre Israel, para que guardes la Ley de Yahveh tu Dios. No prosperarás si no cuidas de cumplir los decretos y las normas que Yahveh ha prescrito a Moisés para Israel. ¡Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡No temas ni desmayes! Mira lo que yo he preparado en mi pequeñez para la Casa de Yahveh: 100.000 talentos de oro, un millón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro incalculable por su abundancia. He preparado también maderas y piedras que tú podrás aumentar. Y tienes a mano muchos obreros, canteros, artesanos en piedra y en madera, expertos en toda clase de obras. El oro, la plata, el bronce y el hierro son sin número. ¡Levántate, pues! Manos a la obra y que Yahveh sea contigo." Mandó David a todos los jefes de Israel que ayudasen a su hijo Salomón: ¿No está con vosotros Yahveh vuestro Dios? ¿Y no os ha dado paz por todos lados? Pues él ha entregado en mis manos a los habitantes del país y el país está sujeto ante Yahveh y ante su pueblo. Aplicad ahora vuestro corazón y vuestra alma a buscar a Yahveh vuestro Dios. Levantaos y edificad el santuario de Yahveh Dios, para trasladar el arca de la alianza de Yahveh y los utensilios del santuario de Dios a la Casa que ha de edificarse al Nombre de Yahveh."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Desde este capítulo hasta el veintinueve, el último del libro primero de las Crónicas, se narran exclusivamente los preparativos para la construcción del templo, como si David no hubiera pensado en otra cosa durante sus últimos años. El autor parece querer convencer a los lectores de que su héroe no sólo es el impulsor sino también el constructor, pues muy grande es su empeño por los preparativos para la construcción. David reúne a todos los extranjeros presentes en el territorio (quizá sean los antiguos habitantes del país sometidos por el rey) los cuales, al no disfrutar de los derechos civiles, pueden ser llamados al trabajo. El Cronista parece rechazar la tesis de que a los israelitas se les obligó a los trabajos forzados (1 R 5, 27). De cualquier modo es significativo que Isaías anuncie que los muros de la Jerusalén mesiánica serán reconstruidos por los extranjeros: "Hijos de extranjeros construirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he tenido compasión de ti" (60,10). En resumen, Jerusalén va más allá de sus habitantes: tiene necesidad también de los extranjeros, al menos para el trabajo de reconstrucción. En cualquier caso David dispuso recoger madera y metales "en cantidad incalculable", para usar en la construcción del templo. De todas formas el Señor le había revelado que no sería él quien construyera el templo al haber derramado mucha sangre en las guerras combatidas: "Tú has derramado mucha sangre... no podrás edificar tú el templo a mi nombre" (v. 8). Esta decisión del Señor nos hace reflexionar aún hoy sobre la relación entre Dios y la paz, entre el templo y la paz. La guerra y la violencia aparecen como lejanas de Dios y de su templo. Me gusta recordar que precisamente de aquí nace aquella singular tradición judía que prohibía transcribir la Sagrada Escritura con plumas de hierro o de material metálico: no se pueden escribir las palabras del Señor con un material que pueda utilizarse para fabricar las armas. El templo, el Señor dice a David, habría sido construido por el hijo, Salomón, que había escrito la palabra "paz" ya en el nombre: "Mira que te va a nacer un hijo, que será hombre de paz; le concederé paz con todos sus enemigos en derredor, porque Salomón será su nombre" (v. 9). Y el Señor añade: "Él edificará un templo a mi nombre; él será para mí un hijo y yo seré para él un padre y consolidaré el trono de su reino sobre Israel para siempre" (v. 10). Se repiten para Salomón las mismas palabras de la alianza ya repetidas para David. En ellas se lee en verdad el tiempo mesiánico futuro: el Señor estará junto a su pueblo como un Padre y su pueblo será para siempre su Hijo. Una profecía que encontrará su realización plena en Jesús. David, tras haber revelado al hijo las palabras dirigidas a él por el Señor, le exhorta a no tardar en edificar el templo del Señor y le invita a observar todo lo que el Señor mismo ha establecido en su Ley. Sólo la escucha y la fidelidad al Señor le permitirán llevar a término el proyecto que se le confía: "No prosperarás si no cuidas de cumplir los decretos y las normas que Yahvé ha prescrito a Moisés para Israel. ¡Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡No temas ni desmayes!" (v. 13). Es una invitación sabia que David dirige al hijo. Y le recuerda que lo que cuenta en la vida es lo que el Señor le confía. No cuentan sus estados de ánimo y ni siquiera lo que le pueda suceder; en resumen, debe poner la construcción del templo por encima de todo. Y David, quizá aludiendo a las angustias que le han asaltado en los últimos tiempos, recuerda a Salomón la primacía del templo: "Mira lo que yo he preparado en mi pequeñez para el templo de Yahvé: cien mil talentos de oro, un millón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro incalculable por su abundancia" (v. 14). Es una gran lección para cada uno de nosotros que a menudo estamos presos de nuestras angustias y de las preocupaciones por nuestras cosas que ponemos en segundo plano las de Dios y de su Iglesia. Tras la exhortación al hijo, David dirige su palabra a todos los jefes de Israel invitándoles a estar junto al hijo en la construcción del templo. Es una invitación también a nosotros a esmerarnos para que la Comunidad de los creyentes siga siendo firme en el Evangelio y generosa en comunicarlo hasta los confines de la tierra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.