ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 6 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 23,1-6.24-32

Viejo ya David y colmado de días, proclamó a su hijo Salomón rey de Israel. Reunió a todos los jefes de Israel, a los sacerdotes y a los levitas, y se hizo el censo de los levitas de treinta años para arriba; su número, contado por cabezas uno a uno, fue de 38.000 varones. De éstos, 24.000 estaban al frente del servicio de la Casa de Yahveh; 6.000 eran escribas y jueces, 4.000 eran porteros y 4.000 alababan a Yahveh con los instrumentos que David había fabricado para rendir alabanzas. David los distribuyó por clases, según los hijos de Leví: Guersón, Quehat y Merarí. Estos son los hijos de Leví, según sus casas paternas, los cabezas de familia, según el censo de ellos, contados nominalmente uno por uno. Estaban encargados del servicio de la Casa de Yahveh desde la edad de veinte años en adelante. Pues David había dicho: "Yahveh, el Dios de Israel, ha dado reposo a su pueblo y mora en Jerusalén para siempre. Y en cuanto a los levitas, ya no tendrán que transportar la Morada, con todos los utensilios de su servicio." Conforme a estas últimas disposiciones de David, se hizo el cómputo de los hijos de Leví de veinte años para arriba. Estaban a las órdenes de los hijos de Aarón, para el servicio de la Casa de Yahveh, teniendo a su cargo los atrios y las cámaras, la limpieza de todas las cosas sagradas y la obra del servicio de la Casa de Dios; asimismo tenían a su cargo disponer en filas los panes, la flor de harina para la oblación, las tortas sin levadura, lo frito en la sartén, lo cocido y toda clase de medidas de capacidad y longitud. Tenían que estar presentes todas las mañanas y todas las tardes para celebrar y alabar a Yahveh y para ofrecer todos los holocaustos a Yahveh en los sábados, novilunios y solemnidades, según su número y su rito especial, delante de Yahveh para siempre, guardando en el servicio de la Casa de Dios el ritual de la Tienda del Encuentro, el ritual del santuario y el ritual de los hijos de Aarón, sus hermanos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo veintitrés y los otros cuatro que lo siguen (24-27) hablan de la organización del servicio en el templo y especialmente del listado de los levitas con sus deberes, así como de los sacerdotes, los cantores y los porteros; por tanto, también los comandantes del ejército y los otros funcionarios regios. Estos capítulos no tienen ninguna correspondencia en los libros de Samuel; son propios de las Crónicas. La finalidad de los listados es análoga a la de las genealogías, es decir, vincular el origen del culto al propio David. En realidad el Cronista refiere la organización del templo como se desarrollaba en su época, es decir, en el siglo IV antes de Cristo. Pero el propósito es precisamente hacer remontar a David, y por tanto a Dios mismo, la estructuración del culto del templo en su época. Observar las disposiciones vigentes significaba permanecer en la senda de la alianza que Dios había establecido con su pueblo en tiempos de David. El culto establecido después del exilio respondía al preexílico: de tal forma la tradición litúrgica y cultual era el verdadero fundamento de la vida de Israel. Obviamente los lectores a quienes el Cronista se dirigía habrían comprendido claramente que si querían permanecer en el camino del pueblo de la alianza habrían tenido que conservar todo lo que David y sus sucesores habían establecido. A diferencia del libro primero de los Reyes (donde se narra que, tras el episodio de la era de Ornán, David envejece entre luchas e intrigas por la sucesión) aquí la única actividad de David parece precisamente la organización del culto en el templo. El rey ya está viejo y "entrado en años" (v. 1), una bella expresión que sugieren la benevolencia con la que Dios recompensa la vida de los justos. Pues bien, David, consciente de su fin, sienta en el trono al hijo Salomón. Reúne "a todos los jefes de Israel, a los sacerdotes y a los levitas" (v. 2) y establece las diversas prerrogativas de cada grupo. El momento es propicio: "Yahvé, el Dios de Israel, ha dado reposo a su pueblo y mora en Jerusalén para siempre" (v. 25). El culto en el templo se convierte en la gran preocupación de David. Y tiene razón. La oración y el culto al Señor constituyen el fundamento de la propia identidad de Israel. Los miembros de la tribu de Leví, los primeros en ser caracterizados, están encargados de proveer todo lo que se necesita para la oración y para los sacrificios. Las disposiciones detalladas confirman la seriedad de dicho servicio, de la oración y de los sacrificios. Los levitas "Tenían que estar presentes todas las mañanas y todas las tardes para celebrar y alabar a Yahvé" (v. 30) y estar a disposición de los sacerdotes: "guardando en el servicio del templo de Dios el ritual de la Tienda del Encuentro, el ritual del santuario y el ritual de los hijos de Aarón, sus hermanos" (v. 32). No se trataba de un servicio cualquiera. Ellos estaban llamados a estar "delante de Yahvé para siempre" (v. 32), en esto se indica una conciencia indispensable también para nosotros los cristianos. Son pocas palabras que aclaran el sentido mismo del culto judío, así como también del cristiano. La escucha de estas páginas es un llamamiento también para nosotros para que tengamos la conciencia de estar en la presencia de Dios cuando la comunidad se reúne para la oración y cuando celebramos la Santa Liturgia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.