ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 13 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 3,1-17

Empezó, pues, Salomón a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén, en el monte Moria, donde Dios se había manifestado a su padre David, en el lugar donde David había hecho los preparativos, en la era de Ornán el jebuseo. Dio comienzo a las obras el segundo mes del año cuarto de su reinado. Este es el plano sobre el que Salomón edificó la Casa de Dios: sesenta codos de longitud, en codos de medida antigua, y veinte codos de anchura. El Ulam que estaba delante del Hekal de la Casa tenía una longitud de veinte codos, correspondiente al ancho de la Casa, y una altura de 120. Salomón lo recubrió por dentro de oro puro. Revistió la Sala Grande de madera de ciprés y la recubrió de oro fino, haciendo esculpir en ella palmas y cadenillas. Para adornar la Casa la revistió también de piedras preciosas; el oro era oro de Parvayim. Recubrió de oro la Casa, las vigas, los umbrales, sus paredes y sus puertas, y esculpió querubines sobre las paredes. Construyó también la sala del Santo de los Santos, cuya longitud, correspondiente al ancho de la Casa, era de veinte codos, y su anchura igualmente de veinte codos. Lo revistió de oro puro, que pesaba seiscientos talentos. Los clavos de oro pesaban cincuenta siclos. Cubrió también de oro las salas altas. En el interior de la sala del Santo de los Santos hizo dos querubines, de obra esculpida, que revistió de oro. Las alas de los querubines tenían veinte codos de largo. Un ala era de cinco codos y tocaba la pared de la sala; la otra ala tenía también cinco codos y tocaba el ala del otro querubín. El ala del segundo querubín era de cinco codos y tocaba la pared de la sala; la otra ala tenía también cinco codos y pegaba con el ala del primer querubín. Las alas desplegadas de estos querubines medían veinte codos. Estaban de pie, y con sus caras vueltas hacia la sala. Hizo también el velo de púrpura violeta, púrpura escarlata, carmesí y lino fino, y en él hizo poner querubines. Delante de la sala hizo dos columnas de 35 codos de alto. El capitel que las coronaba tenía cinco codos. En el Debir hizo cadenillas y las colocó sobre los remates de las columnas; hizo también cien granadas, que puso en las cadenillas. Erigió las columnas delante del Hekal, una a la derecha y otra a la izquierda, y llamó a la de la derecha Yakín y a la de la izquierda Boaz.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este tercer capítulo está estrechamente relacionado con el cuarto: ambos describen la construcción del templo con el ajuar interno y la decoración correspondiente. Sin embargo, el Cronista quiere ante todo vincular la construcción a la historia misma de Israel. De hecho, observa que el templo se alza sobre el monte Moria, donde "donde Dios se había manifestado a su padre David, en el lugar donde David había hecho los preparativos, en la era de Ornán el jebuseo". Es la explanada actual de la mezquita de Omar en Jerusalén. La relación con David y con la historia precedente del pueblo de Israel (aquí también Abrahán vino para sacrificar a su hijo Isaac) es parte integrante de la fe y de la obra de Salomón. En efecto, al rey se le llama a seguir su camino dentro de la historia del pueblo que Dios mismo se ha conquistado. La presencia del Señor en la historia humana está marcada precisamente por la de su pueblo. No hay dos historias separadas, una de los hombres y otra de Dios, sino una única historia humana que el Señor visita a través de los acontecimientos históricos de un pueblo, el de Israel, sobre los que se ha insertado la historia cristiana a través de Jesús. Y la continuidad de la fe de Israel se inscribe en la fidelidad de Dios a su pueblo. La construcción misma del templo se enmarca en este horizonte: la fe de Abrahán, que aparece en toda su claridad sobre el monte Moria, está también en la raíces del templo, o mejor, de la fe de Israel. Es en dicho contexto en el que se comprende el cuidado con el que se construye el templo. Y aunque el autor de las Crónicas sea más sintético al describir las medidas y las decoraciones con relación al pasaje paralelo del libro primero de los Reyes (capítulos 6 y 7), él quiere mostrar la belleza del templo. Los estudiosos observan que es difícil interpretar la descripción hecha por el autor porque faltan términos para completar la descripción y los añadidos posteriores la hacen pesada. De todos modos, lo que aparece evidente es la voluntad de subrayar el esplendor de la construcción. La descripción del Santo de los Santos nos impulsa a destacar la centralidad que tenía el arca y la Palabra de Dios incluida en ésta. Aquí se toca el corazón de la fe de Israel que en la construcción del templo se hace visible incluso desde el punto de vista arquitectónico. Los dos querubines, que protegen el arca con las alas, remiten a la construcción del arca como se narra en el libro del Éxodo: "Hizo igualmente dos querubines de oro macizo; los hizo en los dos extremos del propiciatorio; uno frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio" (37,9). El arca de la alianza, la Palabra de Dios, es el tesoro más precioso custodiado por Dios mismo mediante sus ángeles. Mientras nos viene a la mente el cuidado con el que hay que exponer la Sagrada Escritura en nuestras iglesias, el Cronista nos recuerda que es posible quitar el velo y acceder a la Palabra de Dios que salva sólo en una actitud de fe, de oración y de espera humilde.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.