ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 20 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 6,21-42

Oye, pues, las plegarias de tu siervo Israel, tu pueblo, cuando oren hacia este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde los cielos; escucha y perdona. Cuando un hombre peque contra su prójimo, y éste pronuncie una imprecación sobre él, haciéndole jurar delante de tu altar en esta Casa, escucha tú desde los cielos y obra; juzga a tus siervos. Da su merecido al inicuo, haciendo recaer su conducta sobre su cabeza y declarando inocente al justo, para darle según su justicia. Si Israel, tu pueblo, es batido por el enemigo por haber pecado contra ti, y ellos se vuelven y alaban tu Nombre orando y suplicando ante ti en esta Casa, escucha tú desde los cielos, perdona el pecado de tu pueblo Israel, y vuélvelos a la tierra que les diste a ellos y a sus padres. Cuando los cielos estén cerrados y no haya lluvia porque pecaron contra ti, si oran en este lugar y alaban tu nombre, y se convierten de su pecado porque les humillaste, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, pues les enseñarás el camino bueno por el que deben andar, y envía lluvia sobre tu tierra, la que diste a tu pueblo por herencia. Cuando haya hambre en esta tierra, cuando haya peste, tizón, añublo, langosta o pulgón, cuando su enemigo le asedie en una de sus puertas, en todo azote y toda enfermedad, si un hombre cualquiera, o todo Israel, tu pueblo, hace oraciones y súplicas, y, reconociendo su pena y su dolor, tiende sus manos hacia esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y perdona, dando a cada uno según todos sus caminos, pues tú conoces su corazón - y sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres - para que teman y sigan tus caminos todos los días que vivan sobre la haz de la tierra que has dado a nuestros padres. También al extranjero, que no es de tu pueblo Israel, el que viene de un país lejano a causa de tu gran Nombre, tu mano fuerte y tu tenso brazo, cuando venga a orar en esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y haz cuanto te pida el extranjero, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y sepan que tu Nombre es invocado sobre esta Casa que yo he construido. Si tu pueblo va a la guerra contra sus enemigos por el camino por el que tú le envíes, si oran a ti, vueltos hacia esta ciudad que tú has elegido, y hacia la Casa que yo he construido a tu Nombre, escucha tú desde los cielos su oración y su plegaria y hazles justicia. Cuando pequen contra ti - pues no hay hombre que no peque - y tú, irritado contra ellos, los entregues al enemigo, y sus conquistadores los lleven cautivos a un país lejano o cercano, si se convierten en su corazón en la tierra a que hayan sido llevados, si se arrepienten y te suplican en la tierra de su cautividad, diciendo: "Hemos pecado, hemos sido perversos, somos culpables"; si se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma en el país de la cautividad al que fueren deportados, y te suplican vueltos hacia la tierra que tú diste a sus padres y hacia la ciudad que tú has elegido y hacia la Casa que yo he edificado a tu Nombre, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, su oración y su plegaria; hazles justicia y perdona a tu pueblo los pecados cometidos contra ti. Que tus ojos, Dios mío, estén abiertos, y tus oídos atentos a la oración que se haga en este lugar. Y ahora ¡levántate, Yahveh Dios, hacia tu reposo,
tú y el arca de tu fuerza!
¡Que tus sacerdotes, Yahveh Dios, se revistan de
salvación.
y tus fieles gocen de la felicidad! Yahveh, Dios mío, no rehaces el rostro de tu Ungido;
acuérdate de las misericordias otorgadas a David tu
siervo."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La oración de Salomón se transforma en esta página en una larga "oración de los fieles". El rey pide a Dios que escuche a los israelitas y a todos los que desde el templo elevarán su oración al Cielo. El templo se convierte en el lugar de la presencia de Dios. Pero no se debe olvidar que lo es sobre todo por la presencia del arca con las tablas de la Ley dadas a Moisés sobre el Sinaí. Por esto no se trata sólo de un espacio sacralizado por el hombre, como de un espacio sacralizado por la presencia de Dios mismo. El espacio, definido y enriquecido por los símbolos religiosos, hace posible que la asamblea de los creyentes se reúna para escuchar al Señor mismo que habla. En la tradición bíblica es determinante la convocatoria del pueblo por Dios y la disponibilidad a escucharlo. La iniciativa es de Dios. Y es importante destacar que el espacio para la oración es beneficioso también para la sociedad, para la ciudad donde el espacio se sitúa. Aquí el Señor reúne a su familia no para que permanezca cerrada en sí misma, sino para que sea fermento de fraternidad para la ciudad entera. Así se vence de raíz el individualismo y la auto-referencialidad. El templo es el lugar donde el Señor recoge a su pueblo para hablarle y hacerlo crecer en el amor. En el templo se puede escuchar a Dios y hablarle. Es una tradición que la comunidad cristiana ha heredado y enriquecido. Salomón pide al Señor que escuche la oración de su pueblo: "Escucha la plegaria de tu siervo Israel, tu pueblo, que entone en dirección a este lugar". Y añade: "¡Escucha y perdona!". Hay una relación estrecha entre la escucha de la oración y el perdón. La oración es también alabanza y petición de ayuda al Señor. Pero el creyente nunca puede alegar derechos o poner pretextos. Porque sabemos que somos pecadores. Por esto Salomón pide al Señor que esté preparado para el perdón como lo está para la escucha. Jesús lo aclara bien con la parábola del fariseo y del publicano: el primero, de pies, se jactaba de derechos mientras que el segundo estaba al fondo golpeándose el pecho. Jesús concluye: "Éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado" (Lc 18,14). Salomón, como queriendo ejemplificar los momentos más graves y más impelentes para la oración, indica las situaciones que deben ver al pueblo reunirse para invocar la ayuda de Dios: cuando se cometan injusticias, cuando haya sequías, derrotas, hambre y cuando a causa de los pecados cometidos el mal se abate sobre el pueblo. Es la petición del perdón y, como consecuencia, del arrepentimiento del pueblo. La observación sobre el extranjero muestra una singular apertura universalista: también el extranjero, si viene al templo y eleva su oración, es escuchado. Salomón sabe que la oración es fuerte y eficaz porque el Dios de Israel es el que guía la historia de los hombres. La oración debe hacerse con todo el corazón y con la audacia de la fe. Por esto pide: "Estén abiertos tus ojos y atentos tus oídos, Dios mío, a la súplica que se haga en este lugar". Hoy los lugares de la oración son innumerables y esparcidos en todo lugar de la tierra: el Señor no deja de tener los ojos abiertos y los oídos atentos al grito de muchos y a las oraciones de sus hijos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.