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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986), cuando Juan Pablo II invitó a los representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales para rezar por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 27 de octubre

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986), cuando Juan Pablo II invitó a los representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales para rezar por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 11,1-23

En llegando a Jerusalén, reunió Roboam a la casa de Judá y Benjamín, 180.000 hombres, guerreros escogidos, para combatir contra Israel y devolver el reino a Roboam. Pero fue dirigida la palabra de Yahveh a Semaías, hombre de Dios, diciendo: Habla a Roboam, hijo de Salomón, rey de Judá, y a todo Israel que está en Judá y Benjamín, diciendo: Así habla Yahveh: No subáis a combatir con vuestros hermanos; que cada uno se vuelva a su casa, porque esto es cosa mía." Ellos escucharon la palabra de Yahveh y desistieron de marchar contra Jeroboam. Roboam habitó en Jerusalén y edificó ciudades fortificadas en Judá. Fortificó Belén, Etam, Técoa, Bet Sur, Sokó, Adullam, Gat, Maresá, Zif, Adoráyim, Lakís, Azecá, Sorá, Ayyalón y Hebrón, ciudades fortificadas de Judá y Benjamín. Reforzó las fortificaciones y puso en ellas comandantes y provisiones de víveres, de aceite y vino. En todas estas ciudades había escudos y lanzas, y las hizo sumamente fuertes. Estaban por él Judá y Benjamín. Los sacerdotes y levitas de todo Israel se pasaron a él desde todos sus territorios; pues los levitas abandonaron sus ejidos y sus posesiones y se fueron a Judá y a Jerusalén, porque Jeroboam y sus hijos les habían prohibido el ejercicio del sacerdocio de Yahveh, y Jeroboam instituyó sus propios sacerdotes para los altos, los sátiros y los becerros que había hecho. Tras ellos vinieron a Jerusalén, para ofrecer sacrificios a Yahveh, el Dios de sus padres, aquellos de entre todas las tribus de Israel que tenían puesto su corazón en buscar a Yahveh, el Dios de Israel; y fortalecieron el reino de Judá y consolidaron a Roboam, hijo de Salomón, por tres años. Pues tres años siguió el camino de David y de Salomón. Roboam tomó por mujer a Majalat, hija de Yerimot, hijo de David y de Abiháyil, hija de Eliab, hijo de Jesé. Esta le dio los hijos Yeús, Semarías y Zaham. Después de ésta tomó a Maaká, hija de Absalón, la cual le dio a Abías, Attay, Zizá y Selomit. Roboam amaba a Maaká, hija de Absalón, más que a todas sus mujeres y concubinas, pues tuvo dieciocho mujeres y sesenta concubinas; y engendró veintiocho hijos y sesenta hijas. Roboam puso a la cabeza a Abías, hijo de Maaká, como príncipe de sus hermanos, porque quería hacerle rey. Repartió hábilmente a todos sus hijos por toda la tierra de Judá y de Benjamín, en todas las ciudades fortificadas, les dio alimentos en abundancia y les buscó mujeres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo 11 narra la acción de Roboán en el reino del sur. No se dice nada acerca de la proclamación de Jeroboán a rey de las tribus septentrionales, narrada en cambio en el libro primero de los Reyes (12,20). Frente a la secesión del Norte, Roboán quiere organizar una expedición contra Jeroboán y las tribus secesionistas. Por tanto convoca en Jerusalén una asamblea de guerreros escogidos de las dos tribus fieles, la de David y la de Benjamín. Pero dicho propósito es bloqueado por el Señor. El profeta Semaías advierte a Roboán: "No subáis a combatir con vuestros hermanos". Aquella guerra habría sido incluso más fratricida que las otras. El profeta llega a decir que el cisma depende de Dios: "que cada uno se vuelva a su casa, porque esto es cosa mía" (v. 4). Dios mismo no lo ha deseado. El cisma es una consecuencia del juicio divino contra los comportamientos tanto de Roboán como de Jeroboán y de las tribus del norte. Ambos han tomado sus decisiones más según sus juicios que en el plano de Dios. Y cada vez que uno da más importancia a sí mismo que al Señor, inevitablemente el espíritu de división atenta contra lo que Dios quiere que esté unido. Sin embargo, el Cronista, a pesar de la división acaecida entre Norte y Sur, sigue llamando a los dos reinos con un solo nombre: Israel. Roboán acoge las palabras del profeta y renuncia a atacar a los hermanos del norte. Esta elección suya le valió la bendición del Señor. El texto quiere hacer entender que en cuanto se escucha la Palabra del Señor vuelve a surgir la fuerza de la fidelidad de Dios a la casa de David. El Cronista, a diferencia de la narración del libro primero de los Reyes donde el reino de Roboán está lleno de infidelidades (14,21-31), narra la toma de posesión imitando a su padre Salomón. Y Roboán, en vez de invadir el Norte, fortifica las quince ciudades de Judá situadas en puntos estratégicos del reino. Pero más que con la abundancia de las armas y con sus fortalezas inexpugnables, el rey obtuvo una consolidación profunda cuando los sacerdotes y los levitas dejaron sus casas en el Norte para establecerse en Jerusalén y en Judá. El culto y la oración siguen siendo el fundamento de la unidad del pueblo de Israel, incluso cuando la división se consuma en el plano de la política. Los sacerdotes, constituidos por Jeroboán para el culto en las alturas, para los chivos y los becerros que había fabricado, comprendieron la gravedad de su decisión. Y abandonaron el norte. Y con ellos también todos los que buscaban al Señor sinceramente. Todos llegaron a consultar y a reconocer la voluntad del Señor Dios de Israel, el Dios que les había elegido para una misión dirigida a todos los pueblos. Por desgracia, sólo tres años duró dicho tiempo de obediencia y por tanto de bendición en el reino del Sur; en cualquier caso, esa fue la primera de las migraciones de los fieles del Norte hacia Jerusalén para participar en el culto. La numerosa familia que Roboán recibió fue un signo posterior de la bondad del Señor por su obediencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.