ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 29 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 13,1-23

Abías comenzó a reinar sobre Judá el año dieciocho del rey Jeroboam. Reinó tres años en Jerusalén. El nombre de su madre era Mikaía, hija de Uriel, de Guibeá. Hubo guerra entre Abías y Jeroboam. Abías entró en combate con un ejército de valientes guerreros: 400.000 hombres escogidos; Jeroboam se ordenó en batalla contra él con 800.000 guerreros escogidos y valerosos. Abías se levantó en el monte Semaráyim, que está en la montaña de Efraím, y dijo: "¡Oídme, Jeroboam y todo Israel! ¿Acaso no sabéis que Yahveh, el Dios de Israel, dio el reino de Israel para siempre a David, a él y a sus hijos, con pacto de sal? Pero Jeroboam, hijo de Nebat, siervo de Salomón, hijo de David, se alzó en rebeldía contra su señor. Se juntaron con él unos hombres fatuos y malvados y prevalecieron sobre Roboam, hijo de Salomón, pues Roboam era joven y débil de corazón y no podía resistirles. ¿Y ahora tratáis vosotros de poner resistencia al reino de Yahveh, que está en manos de los hijos de David, porque vosotros sois una gran muchedumbre? Pero tenéis los becerros de oro que Jeroboam os puso por dioses. ¿No habéis expulsado a los sacerdotes de Yahveh, los hijos de Aarón y los levitas? ¿No os habéis hecho sacerdotes a la manera de los pueblos de los demás países? Cualquiera que viene con un novillo y siete carneros y pide ser consagrado, es hecho sacerdote de los que no son dioses. Cuanto a nosotros, Yahveh es nuestro Dios y no le hemos abandonado; los sacerdotes que sirven a Yahveh son los hijos de Aarón, igual que los levitas en su ministerio. Cada mañana y cada tarde quemamos holocaustos a Yahveh, y tenemos el incienso aromático; las filas de pan están sobre la mesa pura, y el candelabro de oro con sus lámparas para ser encendidas cada tarde, pues nosotros guardamos el ritual de Yahveh nuestro Dios, en tanto que vosotros le habéis abandonado. He aquí que con nosotros, a nuestra cabeza, está Dios con sus sacerdotes y las trompetas del clamor, para lanzar el grito de guerra contra vosotros. Israelitas, no hagáis la guerra contra Yahveh, el Dios de vuestros padres, porque nada conseguiréis." Entre tanto, Jeroboam hizo dar un rodeo para poner una emboscada y atacarles por detrás, de manera que él estaba frente a Judá y la emboscada a espaldas de éstos. Al volver Judá la cabeza, vio que se presentaba combate de frente y por detrás. Entonces clamaron a Yahveh y, mientras los sacerdotes tocaban las trompetas, los hombres de Judá lanzaron el grito de guerra; y al alzar el grito de guerra los hombres de Judá, desbarató Dios a Jeroboam y a todo Israel delante de Abías y de Judá. Huyeron los israelitas delante de Judá, y Dios los entregó en sus manos. Abías y su tropa les causaron una gran derrota; cayeron 500.000 hombres escogidos de Israel. Quedaron entonces humillados los israelitas y prevalecieron los hijos de Judá por haberse apoyado en Yahveh, el Dios de sus padres. Abías persiguió a Jeroboam y le tomó las ciudades de Betel con sus aldeas, Yesaná con sus aldeas y Efrón con sus aldeas. Jeroboam ya no tuvo fuerza en los días de Abías, pues Yahveh le hirió y murió. Pero Abías se fortaleció; tomó catorce mujeres y engendró veintidós hijos y dieciséis hijas. El resto de los hechos de Abías, sus hechos y sus acciones, están escritos en el midrás del profeta Iddó. Se acostó Abías con sus padres y le sepultaron en la ciudad de David. Reinó en su lugar su hijo Asá. En su tiempo el país estuvo en paz durante diez años.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto cuenta la historia de Abías, hijo de Roboán, cuyo reino se fija del 913 al 910 antes de Cristo. El Cronista comienza narrando la batalla que conduce contra Jeroboán. Las fuerzas sobre el campo son claramente desiguales, las del Norte son el doble de las del reino de Judá. No obstante, Abías se dirige con palabras llenas de autoridad a su rival Jeroboán y a su numeroso ejército: desde el monte Semaraín, una altura entre las colinas de Efraín en el límite septentrional del territorio de Benjamín, cerca de Betel (cf. Jos 18,22), Abías, puesto en pie y en voz alta, recuerda a Jeroboán y a su pueblo el pacto que Dios ha hecho con la casa de David: "¿Acaso no sabéis que Yahvé, el Dios de Israel, dio el reino de Israel para siempre a David, a él y a sus hijos, con pacto de sal?" (v. 5). Les recuerda que la revuelta es contra el diseño de Dios; que se han aprovechado de la inexperiencia de Roboán y han provocado la división. Pero, advierte Abías, combatir contra Judá significa combatir directamente contra el Señor. Y, dirigiéndose directamente a los soldados del ejército de Jeroboán, añade: "¿Y ahora tratáis vosotros de poner resistencia al reino de Yahvé, que está en manos de los hijos de David, porque vosotros sois una gran muchedumbre? Pero tenéis los becerros de oro que Jeroboán os puso por dioses" (v. 8). Además, Abías observa que los sacerdotes y los levitas les han abandonado y que ellos se están alejando del culto al verdadero Dios. ¿Cómo pueden pensar que serán ayudados en la batalla por los nuevos dioses, hechos por las manos del propio Jeroboán? En cambio, el pueblo de Judá, prosigue Abías, no ha abandonado al Señor; sigue honrándole en Jerusalén con holocaustos quemados dos veces al día, con los panes sobre la mesa y con sus lámparas encendidas. Por tanto Judá es el verdadero Israel y el Señor está de su parte. El contraste lo marca Abías al oponer el "nosotros" al "vosotros": nosotros obedecemos a las prescripciones litúrgicas del Señor, vosotros le sois infieles. La fidelidad al culto es signo de una fidelidad a la alianza con el Señor. Los habitantes del Norte, aunque sigan siendo israelitas, se han convertido en apóstatas, gente rebelde que está luchando no contra Judá sino contra el propio Señor (v. 12). Pero Jeroboán no escucha las palabras de Abías, muy al contrario, mientras está aún hablando, comienza una maniobra de rodeo para tomarle por las espaldas. Viéndose cercado, Abías no organiza la fuga sino que confiando en el Señor hace reaccionar a las tropas gritando al Señor mientras los sacerdotes tocan las trompetas. Así había ordenado Moisés al pueblo cuando iba a la guerra (Nm 10,9) y así cayó también Jericó (Jos 6). La respuesta al ataque no era militar sino religiosa. Era el Señor quien castigaba a Jeroboán y a su ejército por la apostasía que habían llevado a cabo. Los habitantes del Sur vencieron porque habían "confiado" (v. 17) en el Señor, Dios de sus padres. Tras la batalla, el Cronista refiere que Abías se apoderó de algunas ciudades y de pueblos de la parte meridional del reino del Norte, especialmente de Betel. Se podría preguntar por qué Abías, tras una victoria así de clamorosa no unió Israel a su reino. No es fácil contestar; sin embargo, no era suficiente una conquista militar para unir los dos reinos. Los israelitas del Norte eran apóstatas: primero debían cambiar su corazón. Y en la conversión del corazón es donde se vuelve a crear la alianza rota.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.