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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 5 de noviembre

Recuerdo de Zacarías y de Isabel, la cual en la vejez concibió a Juan Bautista


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 17,1-19

En su lugar reinó su hijo Josafat, el cual se fortificó contra Israel. Puso guarniciones en todas las ciudades fortificadas de Judá y estableció gobernadores en el país de Judá y en las ciudades de Efraím, que Asá su padre había conquistado. Estuvo Yahveh con Josafat, porque anduvo por los caminos que había seguido anteriormente su padre David y no buscó a los Baales, sino que buscó al Dios de sus padres andando en sus mandamientos, sin imitar los hechos de Israel. Yahveh consolidó el reino en su mano; y todo Judá traía presentes a Josafat, que adquirió grandes riquezas y honores. Su corazón cobró ánimo en los caminos de Yahveh, hasta hacer desaparecer de Judá los altos y los cipos. El año tercero de su reinado envió a sus oficiales Ben Jáyil, Abdías, Zacarías, Natanael y Miqueas para que enseñasen en las ciudades de Judá, y con ellos a los levitas Semaías, Netanías, Zebadías, Asahel, Semiramot, Jonatán, Adonías, Tobías, y con estos levitas a los sacerdotes Elisamá y Yehoram, los cuales enseñaron en Judá, llevando consigo el libro de la Ley de Yahveh. Recorrieron todas las ciudades de Judá, enseñando al pueblo. El terror de Yahveh se apoderó de todos los reinos de los países que rodeaban a Judá, de manera que no hicieron guerra contra Josafat. Los filisteos trajeron a Josafat presentes y plata como tributo. También los árabes le trajeron ganado menor: 7.700 carneros y 7.700 machos cabríos. Así Josafat iba engrandeciéndose cada vez más, hasta lo sumo, y edificó en Judá castillos y ciudades de aprovisionamiento. Llevó a cabo muchas obras en las ciudades de Judá, y tuvo una guarnición de guerreros escogidos en Jerusalén. Esta es la lista, por sus casas paternas: De Judá, jefes de millar: Adná, el jefe, y con él 300.000 hombres esforzados. A su lado el jefe Yehojanán, y con él 280.000. A su lado Amasías, hijo de Zikrí, que se había consagrado espontáneamente a Yahveh, y bajo su mando 200.000 hombres esforzados. De Benjamín: Elyadá, hombre valeroso, y con él, 200.000 armados de arco y escudo. A su lado Yehozabad, y con él, 180.000 equipados para la guerra. Estos eran los que servían al rey, sin contar los que el rey había puesto en las ciudades fortificadas por todo Judá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El cronista dedica los cuatro capítulos sucesivos a Josafat (872-848 a.C.), que considera uno de los reyes más importantes después de Salomón, junto a Ezequías y a Josías. El se presenta en seguida como una verdadera guía para el pueblo de Judá. Como lo había hecho su padre, Josafat pone en la cima de sus preocupaciones la primacía de Dios sobre todas las cosas, buscando su voluntad y empeñándose en una reforma religiosa contra la práctica de la idolatría, típica del reino del Norte (vv. 3-4). Las consecuencias se ven en seguida: innumerables riquezas y honores para él y para su pueblo (v. 5). Tales honores y riquezas no enorgullecen a Josafat en su corazón; al contrario, lo hicieron progresar cada vez más en la devoción al Señor y en su celo contra la idolatría (v. 6). Y empezó una misión itinerante en todas las ciudades de Judá para instruir al pueblo: comprendió la necesidad de comunicar a todos la ley del Señor, para que la conocieran y comprendieran. Podríamos decir con el lenguaje cristiano, que empezó una verdadera obra de evangelización. No era el pueblo el que iba al templo para recibir la instrucción de los sacerdotes y tampoco se trataba de las enseñanzas que se daban en las sinagogas. La novedad estaba en el hecho que la gente recibía la enseñanza en los lugares donde vivía normalmente. Y los instructores no eran sólo los sacerdotes, a los cuales según la legislación les estaba reservada la catequesis de la Torah del Señor al pueblo, sino también los levitas. Además no era usual la presencia de cinco laicos en el primer lugar de la comisión. El único paralelismo a esta misión itinerante organizada por Josafat se encuentra en la vida de Samuel que se hace juez itinerante (1 S 7,16). Esta decisión aparece como un ideal que el Cronista quiere proponer a los responsables de la comunidad judía de su época. En realidad, sigue siendo actual también en nuestra época. Las consecuencias de la obediencia y de la conducta justa del rey se notaron en los estados limítrofes con Judá, que reconocieron la soberanía del rey de Jerusalén llevándole tributos, como en el tiempo de Salomón, mientras el pueblo estaba protegido de las guerras. Fue un período de paz y prosperidad porque todos conocían y observaban la ley. Y el rey pudo realizar proyectos de grandes construcciones en el país y también reorganizar el ejército que estaba compuesto por un número de soldados exactamente el doble del de Asa. Es evidente la artificiosidad de estos números, pero que manifiestan la estima que el autor siente por Josafat. Una señal del entusiasmo suscitado, al menos en algunos, por la reforma de Josafat se encuentra en 17,16, cuando se define al comandante como un "consagrado voluntario al Señor". Además de la citada guarnición de Jerusalén, el rey tenía otras situadas en las fortalezas del país (17,19). Josafat ha buscado al Señor y ha reformado su reino. El Señor respondió concediéndole bendiciones, como ya había hecho con David y Salomón, pero no reunió el reino. Parece una invitación indirecta a la comunidad del Cronista a poner la "búsqueda del Dios en el primer puesto", mediante la meditación de la Torah según el programa indicado en el salmo: "Dichoso el hombre... se complace en la ley del Señor, y medita su ley día y noche" (1,2).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.