ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 12 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 22,1-12

Los habitantes de Jerusalén proclamaron rey en su lugar a su hijo menor Ocozías, porque una banda de árabes que había invadido el campamento había dado muerte a todos los mayores, de suerte que llegó a ser rey Ocozías, hijo de Joram, rey de Judá. Tenía Ocozías cuarenta y dos años cuando empezó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. Su madre se llamaba Atalía, hija de Omrí. También él siguió los caminos de la casa de Ajab, pues su madre le instigaba a hacer el mal. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, como los de la casa de Ajab, porque después de la muerte de su padre fueron ellos sus consejeros para su perdición. También por consejo de ellos fue con Joram, hijo de Ajab, rey de Israel, para combatir a Jazael, rey de Aram, en Ramot de Galaad; los arameos hirieron a Joram, que se retiró a Yizreel, para curarse de las heridas que había recibido en Ramá, en la batalla contra Jazael, rey de Aram. Ocozías, hijo de Joram, rey de Judá, bajó a Yizreel para visitar a Joram, hijo de Ajab, que se hallaba enfermo; esta visita a Joram vino de Dios para ruina de Ocozías; pues llegado allí, salió con Joram contra Jehú, hijo de Nimsí, a quien Yahveh había ungido para exterminar la casa de Ajab. Mientras Jehú hacía justicia de la casa de Ajab, se encontró con los jefes de Judá y con los hijos de los hermanos de Ocozías que se hallaban al servicio de Ocozías, y los mató. Buscó luego a Ocozías, al que prendieron en Samaría, donde se había escondido. Lo llevaron donde Jehú, que lo mató, pero le dieron sepultura, pues decían: "Es hijo de Josafat, el que buscó a Yahveh con todo su corazón." No quedó de la casa de Ocozías nadie que fuese capaz de reinar. Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que había muerto su hijo, se levantó y exterminó a toda la estirpe real de la casa de Judá. Pero Yehosebá, hija del rey, tomó a Joás, hijo de Ocozías, lo sacó de entre los hijos del rey a quienes estaban matando y lo puso a él y a su nodriza en el dormitorio. Yehosebá, hija del rey Joram, mujer del sacerdote Yehoyadá y hermana de Ocozías, lo ocultó de la vista de Atalía, que no pudo matarle. Seis años estuvo escondido con ellos en la Casa de Dios, mientras Atalía reinaba en el país.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las consecuencias negativas de la alianza de Josafat con Ajab, rey del reino del Norte, continuaron durante los reinados de Joram, de Ocozías y de Atalia. En la narración del Cronista constituyen una única historia. Los tres tienen relación de parentesco con Ajab y siguen la apostasía como su mujer Jezabel. A diferencia de Abías, Asá y Josafat, sus tres sucesores son condenados sin apelación. Durante su gobierno la tribu de Judá cae en la idolatría y así empieza el declive. El relato del reino de Ocozías empieza con un resumen y una valoración teológica de su gobierno. Los mismos habitantes de Jerusalén asedian al nuevo rey en la propia ciudad. La presencia de la madre Atalia, sobrina de Omri rey de Israel, con la función de consejera de su hijo en el gobierno de la nación, significa la influencia que el Norte ejercita sobre Judá. El Cronista escribe: "También él (Ocozías) siguió los caminos de la casa de Ajab, pues su madre le instigaba a hacer el mal. Hizo el mal a los ojos del Señor, como los de la casa de Ajab, porque después de la muerte de su padre fueron ellos sus consejeros para su perdición" (vv. 3-4). Las consecuencias de esta alianza insana que lleva a una subversión de la fe de Judá serían la ruina y la muerte del rey. Fueron estos consejeros los que indujeron a Ocozías a establecer una peligrosa alianza con Joram, rey del Norte, que lo implicó, como a su abuelo Josafat, en una ulterior guerra contra los sirios en Ramot de Galaad, una ciudad al este del Jordán situada en un lugar estratégico a lo largo del camino de los Reyes. También en esta ocasión, el rey de Israel fue herido en la batalla y por eso tuvo que volver a curarse las heridas a Izreel, donde se encontraba el palacio de verano de los reyes de Israel. Una visita al rey del Norte herido puso a Ocozías en contacto con el vengador designado desde lo alto, Ieu. Este se presenta como un agente de la justicia de Dios en el castigo del mal. Los aliados de Ocozías fueron asesinados. También a él, que se escondió en Samaria, la capital del infiel reino del Norte, lo encontraron y lo mataron. Ocozías, que vivía según los consejos de la casa de Ajab, también compartió con ella la muerte; él, que recibía pautas de Samaria, no consiguió encontrar refugio en ella. La muerte de Ocozías que en el segundo libro de los Reyes (9,27-29) viene presentada como un exceso de celo por parte de Ieu, aquí, al contrario, es la consecuencia directa del abandono del camino del Señor. Sólo quien confía en el Señor encuentra refugio seguro y salvación. Sin embargo, en memoria de su padre, Josafat, a Ocozías le fue evitado el ultraje de permanecer insepulto y pudo recibir el honor de un funeral digno. Pero la infidelidad y los compromisos diplomáticos de Joram y Ocozías condujeron a la descendencia de David al mismo punto donde habían llegado con Saúl: nadie era capaz de asumir el gobierno del reino. Atalia, madre de Ocozías, entró en la guía del reino. La reina para detentar el poder absoluto, escondió al hijo Joás y se deshizo de toda la familia real. Con este crimen, Judá se adecuó en el mal al reino apóstata del Norte. Pero el Señor, que tiene firmes las riendas de la historia, hizo que llevaran al hijo en el templo, donde permaneció escondido seis años. Aquel hijo era la "semilla" de la regeneración del pueblo de Judá. En el templo se conservaba la esperanza de la regeneración.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.