ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 26,1-23

Todo el pueblo de Judá tomó a Ozías, que tenía dieciséis años, y le proclamaron rey en lugar de su padre Amasías. Reconstruyó Elat y la devolvió a Judá, después que el rey se hubo acostado con sus padres. Dieciséis años tenía Ozías cuando empezó a reinar, y reinó 52 años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yekoliá, de Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, enteramente como lo había hecho su padre Amasías. Buscó a Dios durante la vida de Zacarías, que le instruyó en el temor de Dios; y mientras buscó a Yahveh, Dios le dio prosperidad. Salió a campaña contra los filisteos y abrió brecha en el muro de Gat, en el muro de Yabné y en el muro de Asdod; restauró las ciudades en la región de Asdod y entre los filisteos. Dios le ayudó contra los filisteos, contra los árabes que habitaban en Gur Báal y contra los meunitas. Los ammonitas pagaron tributo a Ozías, y su fama llegó hasta la frontera de Egipto, porque se había hecho sumamente poderoso. Ozías construyó torres en Jerusalén sobre la puerta del Angulo, sobre la puerta del Valle y en el Angulo, y las fortificó. Construyó también torres en el desierto y excavó muchas cisternas, pues poseía numerosos ganados en la Tierra Baja y en la llanura, así como labradores y viñadores en las montañas y en los campos fértiles, porque le gustaba la agricultura. Ozías tenía un ejército que hacía la guerra; salía a campaña por grupos, conforme al número de su censo hecho bajo la vigilancia de Yeiel el escriba, y Maaseías el notario, a las órdenes de Jananías, uno de los jefes del rey. El número total de los jefes de familia era de 2.600 hombres esforzados. A sus órdenes había un ejército de campaña de 307.500 hombres, que hacían la guerra con gran valor, para ayudar al rey contra el enemigo. Ozías proporcionó a todo aquel ejército en cada una de sus campañas escudos y lanzas, yelmos y corazas, arcos y hondas, para tirar piedras. Hizo construir en Jerusalén ingenios inventados por expertos, para colocarlos sobre las torres y los ángulos y para arrojar saetas y grandes piedras. Su fama se extendió lejos, porque fue prodigioso el modo como supo buscarse colaboradores hasta hacerse fuerte. Mas, una vez fortalecido en su poder, se ensoberbeció hasta acarrearse la ruina, y se rebeló contra Yahveh su Dios, entrando en el Templo de Yahveh para quemar incienso sobre el altar del incienso. Fue tras él Azarías, el sacerdote, y con él ochenta sacerdotes de Yahveh, hombres valientes, que se opusieron al rey Ozías y le dijeron: "No te corresponde a ti, Ozías, quemar incienso a Yahveh, sino a los sacerdotes, los hijos de Aarón, que han sido consagrados para quemar el incienso. ¡Sal del santuario porque estás prevaricando, y tú no tienes derecho a la gloria que viene de Yahveh Dios!" Entonces Ozías, que tenía en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira, y mientras se irritaba contra los sacerdotes, brotó la lepra en su frente, a vista de los sacerdotes, en la Casa de Yahveh, junto al altar del incienso. El sumo sacerdote Azarías y todos los sacerdotes volvieron hacía él sus ojos, y vieron que tenía lepra en la frente. Por lo cual lo echaron de allí a toda prisa; y él mismo se apresuró a salir, porque Yahveh le había herido. El rey Ozías, quedó leproso hasta el día de su muerte, y habitó en una casa aislada, como leproso, porque había sido excluido de la Casa de Yahveh; su hijo Jotam estaba al frente de la casa del rey y administraba justicia al pueblo de la tierra. El resto de los hechos de Ozías, los primeros y los postreros, los escribió el profeta Isaías, hijo de Amós. Acostóse Ozías con sus padres y lo sepultaron con sus padres en el campo de los sepulcros de los reyes, porque decían: "Es un leproso." En su lugar reinó su hijo Jotam.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después del reinado de Joás (835-796 a.C.) y de Amasías (796-767 a.C.) también el de Ozías (792-740 a.C.) vive, según el Cronista, un periodo inicial de lealtad al Señor y el periodo final de infidelidad. Ozías, rey desde los dieciséis años, reinó cincuenta y dos años. El autor nota que "Hizo lo que es bueno delante del Señor, como lo había hecho su padre, Amasías" (v. 4). El "buscó a Dios", nota el Cronista. Y esto explica lo largo que fue su reinado. Pero, inmediatamente, añade que conservó esta dimensión espiritual "Buscó a Dios durante la vida de Zacarías, que enseñaba el temor de Dios" (v. 5). Se confirma lo indispensable que es para cada creyente el tener un guía, "un padre espiritual" que lo ayude en la búsqueda del Señor. Es prácticamente imposible permanecer fieles al Señor sino hay alguien que nos ayude y nos acompañe en la escucha, en el discernimiento y en la realización de las enseñanzas del Señor. El Cronista no dice quién es Zacarías, la guía espiritual de Ozías. Quizás la elección del nombre depende sólo de su significado: "El Señor recuerda". Efectivamente, todos necesitamos a alguien que nos recuerde continuamente la Palabra de Dios. Ahora bien, Ozías, mientras Zacarías vivía, siguió buscando al Señor y a beneficiar de su bendición. Escribe el Cronista: "mientras buscó al Señor, Dios le dio prosperidad" (v. 5). Ozías vivió bajo la bendición del Señor tanto en la expansión del reino como en el desarrollo económico y como potencia militar. Y de esta manera consiguió imponer su autoridad, o mejor, la autoridad del Señor, que él representaba, sobre algunos pueblos vecinos. Ozías realizó muchas empresas, mientras fue fiel al Señor bajo la guía del maestro espiritual Zacarías. La bendición del Señor es evidente en el embellecimiento y fortalecimiento de Jerusalén y sus alrededores, como también es extraordinario el desarrollo de la agricultura que Ozías promovía intensamente. El Cronista considera también el tener un gran ejército como una señal de la bendición de Dios. Desgraciadamente, Ozías no agradeció al Señor por todos estos progresos. Al contrario, dejó que el orgullo lo dominara hasta prevaricar sobre los demás. Parece una ley inexorable: el aumento del poder comporta el aumento del orgullo que conduce a la ruina. En la vida del rey se realiza lo que dice el libro de los Proverbios: "el orgullo precede a la ruina" (16,18). Zacarías ha muerto, aunque el texto no habla de ello. Pero su ausencia se nota en seguida por la falta de sentido común con la que empieza a vivir Ozías, ciego por sus éxitos, como si hubieran dependido de él. El orgullo del creyente, es un pecado muy grave condenado severamente ya en el libro Deuteronomio: "No digas en tu corazón cuando Yahveh, tu Dios los arroje de delante de ti: «Por mis méritos me ha hecho Yahveh entrar en posesión de esta tierra», siendo así que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh ante ti. No por tus méritos ni por la rectitud de tu corazón vas a tomar posesión de su tierra, sino que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh tu Dios ante ti; y también por cumplir la palabra que juró a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob." (Dt 9,4-6). La infidelidad de Ozías no consiste en actos de idolatría o en el haber firmado alianzas con otras naciones abandonando al Señor. Su pecado fue el orgullo que le hizo despreciar los mandatos del Señor y prevaricar sobre los sacerdotes. Escribe el Cronista: "Mas, una vez fortalecido en su poder, se ensoberbeció hasta acarrearse la ruina, y se rebeló contra el Señor su Dios" (v. 16). Y cuando el sumo sacerdote Azarías junto a otros ochenta sacerdotes se enfrentó al rey y le impusieron que saliera del "santuario", él se negó. En ese momento, el momento de la desobediencia, apareció la lepra en la frente de Ozías. Y se volvió impuro. Permaneció enfermo de lepra hasta la muerte, viviendo en una casa aislada y excluido del templo. El orgullo lo llevó a la soledad. Sólo la conciencia de ser hijos del Señor nos salva, es decir nos hace formar parte de la comunidad del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.