ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Martes 20 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 29,1-36

Ezequías tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Abía, hija de Zacarías. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, enteramente como David su padre. En el año primero de su reinado, el primer mes, abrió las puertas de la Casa de Yahveh y las reparó. Hizo venir a los sacerdotes y levitas, los reunió en la plaza oriental, y les dijo: "¡Escuchadme, levitas! Santificaos ahora y santificad la Casa de Yahveh, el Dios de vuestros padres; y sacad fuera del santuario la inmundicia. Porque nuestros padres han sido infieles haciendo lo malo a los ojos de Yahveh, nuestro Dios; le han abandonado, y apartando sus rostros de la Morada de Yahveh, le han vuelto la espalda. Hasta llegaron a cerrar las puertas del Vestíbulo, apagaron las lámparas, y no quemaron incienso ni ofrecieron holocaustos en el santuario al Dios de Israel. Por eso la ira de Yahveh ha venido sobre Judá y Jerusalén, y él los ha convertido en objeto de espanto, terror y rechifla, como lo estáis viendo con vuestros ojos. Por esto han caído a espada nuestros padres; y nuestros hijos, hijas y mujeres se hallan en cautividad. Pero ahora he decidido en mi corazón hacer alianza con Yahveh, el Dios de Israel, para que aparte de nosotros el furor de su ira. Hijos míos, no seáis ahora negligentes; porque Yahveh os ha elegido a vosotros para que estéis en su presencia y le sirváis para ser sus ministros y para quemarle incienso." Levantáronse entonces los levitas Májat, hijo de Amasay, y Joel, hijo de Azarías, de los hijos de Quehat; Quis, hijo de Abdí, y Azarías, hijo de Yallelel, de los hijos de Merarí; Yoaj, hijo de Zimmá, y Eden, hijo de Yoaj, de los hijos de los guersonitas; Simrí y Yeiel, de los hijos de Elisafán; Zacarías y Mattanías, de los hijos de Asaf; Yejiel y Simí, de los hijos de Hemán; Semaías y Uzziel, de los hijos de Yedutún. Estos reunieron a sus hermanos, se santificaron y vinieron a purificar la Casa de Yahveh, conforme al mandato del rey, según las palabras de Yahveh. Los sacerdotes entraron en el interior de la Casa de Yahveh para purificarla, y sacaron al atrio de la Casa de Yahveh todas las impurezas que encontraron en el santuario de Yahveh. Los levitas, por su parte, las amontonaron para llevarlas fuera, al torrente de Cedrón. Comenzaron la consagración el día primero del primer mes, y el día octavo del mes llegaron al Vestíbulo de Yahveh; pasaron ocho días consagrando la Casa de Yahveh y el día dieciséis del mes primero habían acabado. Fueron luego a las habitaciones del rey Ezequías y le dijeron: "Hemos purificado toda la Casa de Yahveh, el altar del holocausto con todos sus utensilios, y la mesa de las filas de pan con todos sus utensilios. Hemos preparado y santificado todos los objetos que profanó el rey Ajaz durante su reinado con su infidelidad, y están ante el altar de Yahveh." Entonces se levantó el rey Ezequías de mañana, reunió a los jefes de la ciudad y subió a la Casa de Yahveh Trajeron siete novillos, siete carneros, siete corderos y siete machos cabríos para el sacrificio por el pecado en favor del reino, del santuario y de Judá; y mandó a los sacerdotes, hijos de Aarón, que ofreciesen holocaustos sobre el altar de Yahveh. Inmolaron los novillos, y los sacerdotes recogieron la sangre y rociaron el altar; luego inmolaron los carneros y rociaron con su sangre el altar; degollaron igualmente los corderos y rociaron con la sangre el altar. Acercaron después los machos cabríos por el pecado, ante el rey y la asamblea, y éstos pusieron las manos sobre ellos; los sacerdotes los inmolaron y ofrecieron la sangre en sacrificio por el pecado junto al altar como expiación por todo Israel; porque el rey había ordenado que el holocausto y el sacrificio por el pecado fuese por todo Israel. Luego estableció en la Casa de Yahveh a los levitas con címbalos, salterios y cítaras, según las disposiciones de David, de Gad, vidente del rey, y de Natán, profeta; pues de mano de Yahveh había venido ese mandamiento, por medio de sus profetas. Cuando ocuparon su sitio los levitas con los instrumentos de David, y los sacerdotes con las trompetas, mandó Ezequías ofrecer el holocausto sobre el altar. Y al comenzar el holocausto, comenzaron también los cantos de Yahveh, al son de las trompetas y con el acompañamiento de los instrumentos de David, rey de Israel. Toda la asamblea estaba postrada, se cantaban cánticos y las trompetas sonaban. Todo ello duró hasta que fue consumido el holocausto. Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y se postraron. Después, el rey Ezequías y los jefes mandaron a los levitas que alabasen a Yahveh con las palabras de David y del vidente Asaf; y ellos cantaron alabanzas hasta la exaltación, e inclinándose, adoraron. Después tomó Ezequías la palabra y dijo: "Ahora estáis enteramente consagrados a Yahveh; acercaos y ofreced víctimas y sacrificios de alabanza en la Casa de Yahveh." Y la asamblea trajo sacrificios en acción de gracias, y los de corazón generoso, también holocaustos. El número de los holocaustos ofrecidos por la asamblea fue de setenta bueyes; cien carneros y doscientos corderos; todos ellos en holocausto a Yahveh. Se consagraron también seiscientos bueyes y 3.000 ovejas. Pero como los sacerdotes eran pocos y no bastaban para desollar todos estos holocaustos, les ayudaron sus hermanos los levitas, hasta que terminaron la labor, y los sacerdotes se santificaron, pues los levitas estaban más dispuestos que los sacerdotes para santificarse. Hubo, además, muchos holocaustos de grasa de los sacrificios de comunión y libaciones para el holocausto. Así quedó restablecido el culto de la Casa de Yahveh. Ezequías y el pueblo entero se regocijaron de que Dios hubiera dispuesto al pueblo; pues todo se hizo rápidamente.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después del trágico reinado de Acaz, el Cronista presenta el largo reinado de Ezequías. La narración muestra un horizonte que se va alargando poco a poco desde el templo a la ciudad, al país, al mundo. De los veintinueve años de reinado de Ezequías, el más importante es el primero, sobre todo la primera parte, a la cual el autor le dedica tres capítulos (2 Cr 29-31). Ezequías es consciente de la apostasía del padre y de las derrotas que Judá ha sufrido como consecuencia de ella. El quiere una relación directa con David al que considera su verdadero padre: "Hizo lo recto a los ojos del Señor, enteramente como David su padre," (v. 2). Sólo Josías recibirá un juicio semejante (2 Cr 34,2). Ezequías restablece inmediatamente el culto al Señor: lo primero de todo, convoca una asamblea de sacerdotes y de levitas en la plaza al oriente del santuario, quizás la que está cerca de las Aguas fuera del recinto, y pronuncia un discurso en el que invita sobre todo a los sacerdotes y a los levitas a purificarse para después purificar. La triste situación en la que se encuentra el pueblo no depende sólo del comportamiento infiel de Acaz, padre de Ezequías. Todos habían dado la espalda al Señor. El pedía a toda la nación que se arrepintiera del pecado de apostasía. Las tristes consecuencias estaban ante los ojos de todos. Había que hacer un voto solemne, no bastaba renovar el pacto con el Señor. Compromete a los levitas y a los sacerdotes a que no sean negligentes en el servicio litúrgico: tienen que ser conscientes de que están en la presencia de Dios, y por lo tanto tienen que ser puros, liberados del pecado. En el capítulo siguiente el mismo Ezequías explica qué es la purificación a través de la oración a Dios: "Que el Señor que es bueno perdone a todos aquellos cuyo corazón está dispuesto a buscar al Señor, el Dios de sus padres, aunque no tengan la pureza requerida para las cosas sagradas" (2 Cr 30,19). El Cronista resalta el celo de los levitas: se reunieron, se santificaron y fueron a purificar el templo según se lo había ordenado el rey, lo que estaba confirmado por la palabra del Señor que se lee en la Escritura. Tardaron dieciséis días en hacer todo esto. Finalmente el templo, con el altar reedificado, volvió a abrir sus puertas para el culto. Inmediatamente ofrecieron un sacrificio sobre el altar nuevo. El rito contiene también los gestos típicos de la celebración del "día de la expiación" (cf. Lv 16). La impuridad que había que cancelar no estaba fuera de la comunidad y de la familia real sino en el corazón de los creyentes. Sus corazones tenían que purificarse del pecado de apostasía. El ritual de la imposición de las manos por parte del rey y de la asamblea sobre los animales del sacrificio recuerda el macho cabrío sobre el que simbólicamente se trasfieren todos los pecados de los israelitas, el macho cabrío que expulsan en el desierto el "día de la expiación" (cf. Lv 16,20-22) y sobre el cual recaen los pecados de todos. Ezequías restablece el culto como era cuando reinaba David: "Así quedó restablecido el culto de la Casa del Señor" (v. 35). El Cronista utiliza la misma terminología que había usado al principio: "Así fue dirigida toda la obra de Salomón, desde el día en que se echaron los cimientos de la Casa del Señor hasta su terminación. Así fue acabada la Casa del Señor" (2 Cr 8,16). Con esta obra de renovación de la casa del Señor y de su liturgia, Ezequías realiza el deseo de Salomón. En poco menos de tres semanas ha sucedido algo increíble: una comunidad, que había precipitado en la apostasía, celebra ahora con fe al Señor. De la oración en el templo nacía un pueblo fiel al Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.