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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de la Presentación al templo de la Madre del Señor. Esta fiesta, nacida en Jerusalén y también celebrada en Oriente, recuerda tanto el templo antiguo y la oferta de la su vida que María hizo al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Miércoles 21 de noviembre

Recuerdo de la Presentación al templo de la Madre del Señor. Esta fiesta, nacida en Jerusalén y también celebrada en Oriente, recuerda tanto el templo antiguo y la oferta de la su vida que María hizo al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,31-35

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fiesta de la Presentación de María al templo está unida a la dedicación de la iglesia de santa María Nueva construida al lado del templo de Jerusalén en el año 543. María, la Theotokos (Madre de Dios), es el verdadero templo en el que se ofrece el único sacrificio grato a Dios. Con este recuerdo se acepta la tradición del Protoevangelio apócrifo de Santiago que cuenta la consagración de María adolescente a Dios. Es una pía tradición que nos hace pensar en lo urgente que es llevar a Dios a tantos adolescentes de hoy a los que a menudo les han robado no sólo la belleza de la vida sino la vida misma. Hay que hacer todo lo posible para proteger a los pequeños, para alejarlos de una sociedad que les hace crecer en la escuela del egoísmo y de la vanidad y hacerlos vivir en la escuela del evangelio. El evangelista Marco nos narra una escena evangélica que nos recuerda la urgencia de vivir en la escuela de Jesús. Es una página que parece tratar duramente a la Madre de Jesús, pero realmente este es el camino que María ha seguido desde siempre. Se cuenta que Jesús está en una casa y hay mucha gente apiñada a su alrededor para escucharlo. Cuando llegan sus parientes, con la madre, lo mandan llamar. Los parientes "se quedan fuera", escribe el evangelista, dando obviamente una indicación que no es sólo espacial. Sólo los que "están dentro" y escuchan su palabra, dice Jesús, son su verdadera familia. La comunidad cristiana nace siempre de la escucha de la Palabra de Dios, y vive porque la escucha. Y todos tenemos que estar muy atentos para no caer en la tentación de ser "parientes" de Jesús, es decir pensar que ya no me hace falta estar alrededor de él para escucharlo, casi como si el estar cerca de él fuera algo "natural" que se da por descontado. No es suficiente formar parte del grupo de los cristianos para encontrar la salvación. Todos los días necesitamos entrar "dentro" de la comunidad para escuchar el Evangelio como la Iglesia lo comunica. ¡Y no se es discípulo una vez para siempre! Necesitamos escuchar y acoger el evangelio en nuestro corazón todos los días.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.