ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 23 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 31,1-21

Terminado todo esto, salieron todos los israelitas que se hallaban presentes a recorrer las ciudades de Judá; y rompieron las estelas, abatieron los cipos y derribaron los altos y los altares en todo Judá y Benjamín, y también en Efraím y Manasés, hasta acabar con ellos. Después volvieron todos los hijos de Israel, cada cual a su propiedad, a sus ciudades. Ezequías restableció las clases de los sacerdotes y de los levitas, cada uno en su sección, según su servicio, ya fuera sacerdote, ya levita, ya se tratara de holocaustos y sacrificios de comunión, ya de servicio litúrgico, acción de gracias o himnos, en las puertas del campamento de Yahveh. Destinó el rey una parte de su hacienda para los holocaustos, holocaustos de la mañana y de la tarde y holocaustos de los sábados, de los novilunios y de las solemnidades, según lo escrito en la Ley de Yahveh. Mandó al pueblo que habitaba en Jerusalén que entregase la parte de los sacerdotes y levitas a fin de que pudiesen perseverar en la Ley de Yahveh. Cuando se divulgó esta disposición, los israelitas trajeron en abundancia las primicias del trigo, del vino, del aceite y de la miel y de todos los productos del campo; presentaron igualmente el diezmo de todo en abundancia. Los hijos de Israel y de Judá que habitaban en las ciudades de Judá trajeron también el diezmo del ganado mayor y menor y el diezmo de las cosas sagradas consagradas a Yahveh, su Dios, y lo distribuyeron por montones. En el mes tercero comenzaron a apilar los montones y terminaron el mes séptimo. Vinieron Ezequías y los jefes a ver los montones y bendijeron a Yahveh y a su pueblo Israel. Cuando Ezequías preguntó a los sacerdotes y a los levitas acerca de los montones, respondió el sumo sacerdote Azarías, de la casa de Sadoq, y dijo: "Desde que se comenzaron a traer las ofrendas reservadas a la Casa de Yahveh, hemos comido y nos hemos saciado, y aún sobra muchísimo, porque Yahveh ha bendecido a su pueblo; y esta gran cantidad es lo que sobra." Entonces mandó Ezequías que se preparasen salas en la Casa de Yahveh. Las prepararon, y metieron allí en lugar seguro las ofrendas reservadas, los diezmos y las cosas consagradas. El levita Konanías fue nombrado intendente, y Simí, hermano suyo, era el segundo. Yejiel, Azazías, Najat, Asahel, Yerimot, Yozabad, Eliel, Jismakías, Májat y Benaías eran inspectores, a las órdenes de Konanías y de Simí, su hermano, bajo la vigilancia del rey Ezequías y de Azarías, príncipe de la Casa de Dios. El levita Qoré, hijo de Yimná, portero de la puerta oriental, estaba encargado de las ofrendas voluntarias hechas a Dios, y de repartir la ofrenda reservada a Yahveh y las cosas sacratísimas. En las ciudades sacerdotales estaban permanentemente bajo sus órdenes Eden, Minyamín, Yesúa, Semaías, Amarías y Sekanías, para repartir a sus hermanos, así grandes como chicos, según sus clases, dejando aparte a los hombres de treinta años para arriba, inscritos en las genealogías, a todos los que entraban en la Casa de Yahveh, según la tarea de cada día, para cumplir los servicios de su ministerio, conforme a sus clases. Los sacerdotes estaban inscritos en las genealogías, conforme a sus casas paternas, igual que los levitas, desde los veinte años en adelante, según sus obligaciones y sus clases. Estaban también inscritos en las genealogías todos sus niños, sus mujeres, sus hijos y sus hijas, de toda la asamblea, porque se santificaban fielmente por medio de las cosas sagradas. Para los sacerdotes, hijos de Aarón, que vivían en el campo, en los ejidos de sus ciudades, había en cada ciudad hombres designados nominalmente, para dar las porciones a todos los varones de los sacerdotes, y a todos los levitas inscritos en las genealogías. Esto hizo Ezequías en todo Judá haciendo lo bueno y recto y verdadero ante Yahveh su Dios. Todas las obras que emprendió en servicio de la Casa de Dios, la Ley y los mandamientos, las hizo buscando a su Dios con todo su corazón y tuvo éxito.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo sigue contando las reformas culturales de Ezequías. La conversión de los corazones inspirada en la celebración de la Pascua les llevó a la unánime decisión de destruir todos los símbolos religiosos paganos tanto en el sur como en el norte. Sólo después de haber acabado volvieron todos a sus casas. De esta operación de purificación y de centralización del culto se habla también en el segundo libro de los Reyes (18,4). A continuación, Ezequías se dedica a restablecer el servicio litúrgico en el templo y a reorganizar los turnos de los sacerdotes y de los levitas "ya se tratara de holocaustos y sacrificios de comunión, ya de servicio litúrgico, acción de gracias o himnos en las puertas del campamento del Señor" (v. 2). La expresión "campamentos del Señor"recuerda el camino por el desierto, como lo describe el libro de los Números: "Los hijos de Israel acamparán cada uno bajo su bandera, bajo las enseñas de sus familias, mirando a la Tienda del Encuentro, y alrededor de ella" (Nm 2,2). Resalta la imagen de un caminar en orden de todas las tribus, unidas en la visión de la tierra prometida y de Jerusalén donde el Señor ha puesto su morada. El templo, lugar donde vive Dios, constituye el corazón visible de la fe de Israel. Y el Cronista subraya la implicación personal del rey para restablecer el culto y los sacrificios. Todo el pueblo siguió su ejemplo. El Señor demostró su generosidad. Cuando los israelitas (incluidos muchos del Norte) llevaban sus donativos, Dios los bendecía. Y vivieron en la prosperidad que es el resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. El sumo sacerdote declara: "Desde que comenzaron a traer las ofrendas reservadas a la Casa del Señor, hemos comido y nos hemos saciado, y aún sobra muchísimo, porque el Señor ha bendecido a su pueblo; y esta gran cantidad es la que sobra" (v. 10). El rey Ezequías hizo preparar depósitos más grandes donde se recogían las ofrendas para distribuirlas después. Este hecho nos lleva a recordar la multiplicación de los panes que narran los evangelios y marca el hecho que la generosidad permanente del Señor va mucho más allá de nuestras expectativas. La condición es la lealtad a la alianza de amor. Ezequías, que fue un rey obediente, experimentó personalmente y para su pueblo la generosidad del Señor en la prosperidad de esos años. Nota el Cronista: "Así procedió Ezequías... haciendo lo que era bueno y recto y verdadero, ante el Señor su Dios... Hizo todo buscando a su Dios con todo su corazón y tuvo éxito" (vv. 20-21).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.