ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 27 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 34,1-13

Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar, y reinó 31 años en Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, siguiendo los caminos de su padre David; sin apartarse a derecha ni a izquierda. El año octavo de su reinado, siendo todavía joven, comenzó a buscar al Dios de su padre David; y en el año doce empezó a purificar a Judá y Jerusalén de los altos, de los cipos, de las estatuas y de los ídolos fundidos. Derribaron en su presencia los altares de los Baales, hizo arrancar los altares de aromas que había sobre ellos, y rompió los cipos, las imágenes y los ídolos fundidos reduciéndolos a polvo, que esparció sobre las sepulturas de los que les habían ofrecido sacrificios. Quemó los huesos de los sacerdotes sobre los altares y purificó a Judá y Jerusalén. En las ciudades de Manasés, de Efraím y de Simeón, y hasta en Neftalí y en los territorios asolados que las rodeaban, derribó los altares, demolió los cipos y las estatuas y las redujo a polvo, y abatió los altares de aromas en toda la tierra de Israel. Después regresó a Jerusalén. El año dieciocho de su reinado, mandó a Safán, hijo de Asalías, a Maasías, comandante de la ciudad, y a Yoaj, hijo de Yoajaz, heraldo, que reparasen la Casa de Yahveh su Dios para purificar la tierra y la Casa. Fueron ellos donde el sumo sacerdote Jilquías y le entregaron el dinero traído a la Casa de Dios, que los levitas y porteros habían recibido de Manasés y de Efraím y de todo el resto de Israel, de todo Judá y Benjamín y de los habitantes de Jerusalén. Lo pusieron en manos de los que hacían el trabajo, los encargados de la Casa de Yahveh, y éstos se lo dieron a los obreros para reparar y restaurar la Casa. Lo dieron a los carpinteros y obreros de la construcción para comprar piedras de cantería y madera y vigas de trabazón para el maderamen de los edificios destruidos por los reyes de Judá. Estos hombres ejecutaban los trabajos honradamente. Estaban bajo la vigilancia de Yájat y Abdías, levitas de los hijos de Merarí, y de Zacarías y Mesul-lam, de los hijos de Quehat, que les dirigían, y de otros levitas; todos ellos maestros en tañer instrumentos músicos. Dirigían también a los peones de carga y a todos los que trabajaban en la obra, en los distintos servicios. Entre los levitas había además, escribas, notarios y porteros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El rey Josías "Hizo lo que era bueno a los ojos de Yavé, siguiendo los caminos de su padre David, sin apartarse de ellos de ninguna manera." (v. 2). El Cronista empieza así el relato del reinado de Josías que equipara a los reyes buenos de la dinastía de David: David, Salomón, Abías, Asa, Ozías y Ezequías. Como todos ellos, Josías también es un constructor y un guerrero, pero es sobre todo el restaurador de un orden nuevo, después de la corrupción y el caos provocado por el reinado de Amón. El programa de reformas lo inaugura Josías al empezar a buscar al Dios de su padre David el octavo año de su reinado. Es decir a los dieciséis años. Y desde la juventud se deja guiar con confianza por Dios. No se resigna y tampoco delega a otros el cambio. Es joven, pero ya ha soñado un mundo renovado por Dios. El ejemplo de Josías es una confirmación ulterior de que todas las reformas - también las que quieren cambiar el mundo - empiezan siempre por el cambio del propio corazón. No importa ni la edad, ni la fuerza. Cuenta el corazón tocado por Dios. El es todavía joven pero sigue desarraigando la idolatría como habían empezado a hacer los reyes precedentes. Empieza en Judá y en Jerusalén destruyendo los altares de Baal y los altares del incienso junto con los otros objetos religiosos paganos. El rey los reduce a polvo. A continuación extiende su acción a los antiguos territorios de Samaria. Después de haber purificado todas las ciudades de los cultos idólatras, vuelve a Jerusalén. Fue una acción radical de destrucción de la idolatría. Había empezado jovencísimo, a los veinte años, el decimosegundo de reinado, y acabó a los veintiséis (vv. 6-7). También quien es joven puede erradicar los ídolos y los falsos mitos que ciegan y esclavizan. Josías se pudo dedicar a las obras de restauración del templo. La narración sigue el texto paralelo del segundo libro de los Reyes en el capítulo 22, pero aquí se aumenta el número de los oficiales mandados al templo. El Cronista refiere cómo estos oficiales del rey llevan a Helquías, el sumo sacerdote, el dinero recogido en Manasés, Efraím y de todo el resto de Israel, de Judá, de Benjamín y de todos los habitantes de Jerusalén. El itinerario extraordinario que hacen los levitas y la presentación geográfica de la purificación de Josías, ilustran la reintegración de las tribus del Norte en la esfera religiosa del culto de Jerusalén. De la restauración del templo brota también la reunificación del pueblo de Israel. Una enseñanza válida todavía el/ a día de hoy.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.