ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 2 de diciembre

Homilía

La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a elevar la mirada y a abrir el corazón para acoger a Quien es esperado por el mundo entero, Jesús. En muchos está el deseo de un tiempo nuevo, de un mundo nuevo. Es el deseo de muchos países martirizados por el hambre, por la injusticia y la guerra; es el deseo de los pobres y los débiles, de los que están solos y de los abandonados. La liturgia del Adviento recoge esta gran esperanza y la dirige hacia el día del nacimiento de Jesús. En efecto, él es quien salvará al mundo de la soledad y de la tristeza, del pecado y de la muerte. Han pasado poco más de dos mil años desde aquel día que ha cambiado no solo la numeración del calendario, sino la misma historia del mundo. El profeta Jeremías lo predijo varios siglos antes: «Mirad que vienen días –oráculo del Señor– en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo» (Jr 33,14-15).
Esos días se están acercando, pero nosotros estamos tan obstinadamente replegados sobre nosotros mismos y sobre nuestros asuntos que no nos damos cuenta de que ya están a las puertas. La misma vida que llevamos está muchas veces marcada por un estilo más bien descomprometido o en general carente de vigor. Normalmente nos resignamos a una vida banal y sin futuro, sin esperanzas, sin sueños. La propuesta del tiempo de Adviento sacude esta forma resignada y rutinaria de vivir. De hecho, la Palabra de Dios nos pone en guardia para no dejarnos vencer por un estilo de vida egocéntrico, nos advierte para no sucumbir a los ritmos convulsos de nuestras jornadas. Son verdaderas también para nosotros las palabras del Evangelio de Lucas: «Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,35-36).
Estar en vela y rezar. He aquí cómo vivir el tiempo desde hoy hasta Navidad. Sí, debemos estar despiertos. El sueño nace de la embriaguez de dar vueltas siempre alrededor de nosotros mismos y de estar bloqueados en la cerrazón de nuestra vida y de nuestros problemas. Aquí está la raíz de esa necedad y de esa pereza de la que nos habla el Evangelio. El Adviento nos invita a dilatar la mente y el corazón para abrirnos a nuevos horizontes. No se nos pide huir de nuestros días y mucho menos proyectarnos hacia metas ilusorias. Al contrario, este tiempo es oportuno para tener un sentido realista de nosotros mismos y de la vida en este mundo, para ponernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestra vida. No se trata simplemente de realizar un esfuerzo de carácter psicológico o de crear algún estado de arrepentimiento superficial. El tiempo de Dios, que irrumpe en nuestra vida, pide a cada uno un compromiso serio de vigilancia: «cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28), dice Jesús. Es tiempo, por tanto, de levantarse y de rezar. Nos levantamos cuando esperamos algo, o mejor, cuando esperamos a alguien. En este caso esperamos a Jesús. No debemos permanecer bloqueados en nuestro egocentrismo, en nuestros problemas, en nuestras alegrías o en nuestros dolores. La Palabra de Dios nos exhorta a dirigir nuestros pensamientos y nuestro corazón hacia Quien está por llegar. Por esto también nos pide rezar. La oración está estrechamente ligada a la vigilancia. Quien no espera no sabe qué significa rezar, no sabe qué significa dirigirse al Señor con todo el corazón. Las palabras de la oración empiezan a asomarse a nuestros labios cuando levantamos la cabeza de nosotros mismos y de nuestro horizonte y nos dirigirnos a lo alto hacia el Señor: «A ti, Señor, levanto mi alma», nos ha hecho cantar la liturgia. En este tiempo de Adviento todos deberíamos unir nuestras voces y clamar juntos al Señor para que venga pronto en medio de nosotros: «Ven, Señor Jesús».
Que estos días de Adviento sean, por tanto, días de frecuentar el Evangelio, días de lectura y de reflexión, días de escucha y de oración, días de reflexión sobre la Palabra de Dios, tanto solos como juntos. Que no pase un solo día sin que la Palabra de Dios descienda a nuestro corazón. Si la acogemos, nuestro corazón dejará de parecerse a una cueva oscura y podrá, por el contrario, convertirse en el pesebre donde el Señor Jesús renace. Por esto, acojamos la bendición del apóstol: «que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos» (1 Ts 3,12). Es el modo apropiado para dar nuestros primeros pasos en este tiempo de Adviento.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.