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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

Recuerdo de san Francisco Javier, jesuita del siglo XVI , misionero en India y Japón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 3 de diciembre

Recuerdo de san Francisco Javier, jesuita del siglo XVI , misionero en India y Japón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 1,1-7

Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado,
para predicar la obediencia de la fe a gloria de su
nombre
entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma,
santos por vocación,
a vosotros gracia y paz,
de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Epístola a los Romanos, cuya lectura empezamos, ocupa el primer lugar en el epistolario paulino, tanto por su longitud como por la importancia del tema que trata. En efecto, con ella el apóstol se dirige a la comunidad de Roma –que él no había fundado, pero cuya fe era «alabada en todo el mundo» (Rm 1,8)– para explicar qué significa la salvación, es decir, la «justicia» que salva, la que Dios concedió a los hombres mediante Jesucristo, cumpliendo así la promesa que hizo a Abrahán. En las palabras de saludo Pablo se presenta como «siervo» de Jesús, pues le pertenece totalmente. Y precisamente porque es siervo fue «escogido» como «apóstol», es decir, alguien con una misión especial que cumplir. Y el Señor mismo le confió esta tarea para la edificación de la Iglesia. Es el encargo de comunicar aquel Evangelio «que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas», y cuya culminación es precisamente la «buena noticia» de Jesús, «constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos». El Señor llamó a Pablo para comunicar dicho Evangelio al gran mundo de los «gentiles», a los que pertenecen también los «que estáis en Roma». El apóstol sabe que la comunidad de Roma, aunque tenga una fuerte minoría de origen judío, está formada en gran parte por cristianos provenientes del paganismo y que son «santos» por haber recibido y acogido el Evangelio. Por eso desea a todos la gracia y la paz, es decir, los dones con los que Dios enriquece y protege la vida de sus hijos. Es la gracia de una vida rescatada de la muerte y enriquecida con hermanos y hermanas a los que amar, que participan de la santidad del mismo Dios. Es la paz de una existencia que alcanza su plenitud siguiendo a Jesús. No solo Pablo, sino todo creyente, siguiendo el ejemplo del apóstol, es constituido como «siervo de Jesús» y «apóstol por vocación».

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.