ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 10 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 2,12-24

Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados; que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados. En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza... en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús. Pero si tú, que te dices judío y descansas en la ley; que te glorías en Dios; que conoces su voluntad; que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad... pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos! Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«No son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados.» Estas palabras del apóstol evocan el final del discurso de la montaña, cuando Jesús dijo: «No todo el que me diga: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Pablo reafirma así la necesidad de una escucha que cambia el corazón y la vida. Existe una ley interior que Dios ha escrito en el corazón de los judíos y de los paganos; y todos están llamados a observarla. Podríamos decir que esta ley remite a la ley del amor, la que empuja a inclinarse en primer lugar ante los débiles y los pobres. Es una ley universal, una regla que hay que amar y vivir si el hombre deja que su corazón hable sin las barreras que pone el amor por uno mismo. Observarla lleva a la salvación. No basta con el simple conocimiento de la ley, ni tampoco es suficiente pertenecer al pueblo de Dios para salvarse. Todos, creyentes o no, deben acoger y vivir el amor. Pero para los creyentes, que han tenido el privilegio de escuchar la Palabra de Dios, la responsabilidad es aún mayor: no observar la ley del amor les convierte en testigos sin ninguna credibilidad. Pablo advierte con severidad que la mala conducta de los judíos es motivo del desprecio de Dios por parte de los paganos. En los Evangelios se pide en varias ocasiones a los discípulos de Jesús que den testimonio de la fuerza del Evangelio que cambia la vida. De todo ello debemos rendir cuentas a Dios. Se pedirá más a los que más han recibido.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.