ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 11 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 2,25-29

Pues la circuncisión, en verdad, es útil si cumples la ley; pero si eres un transgresor de la ley, tu circuncisión se vuelve incircuncisión. Mas si el incircunciso guarda las prescripciones de la ley ¿no se tendrá su incircuncisión como circuncisión? Y el que, siendo físicamente incircunciso, cumple la ley, te juzgará a ti, que con la letra y la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no está en el exterior el ser judío, ni es circuncisión la externa, la de la carne. El verdadero judío lo es en el interior, y la verdadera circuncisión, la del corazón, según el espíritu y no según la letra. Ese es quien recibe de Dios la gloria y no de los hombres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ya el Deuteronomio había hablado apasionadamente de la necesidad de una circuncisión no solo de la carne, sino del corazón: «Circuncidad vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz, porque el Señor vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores». Siguiendo el espíritu del texto del Deuteronomio, muchos profetas del Antiguo Testamento retomaron el tema de la circuncisión del corazón. Jeremías, por ejemplo, decía: «Circuncidaos para el Señor, extirpad los prepucios de vuestros corazones» (4,4). Toda la Escritura es una apasionada búsqueda que hace Dios del corazón del hombre, para que se una a él indisolublemente. Toda la historia de la salvación está marcada por la búsqueda del hombre por parte de Dios. Podríamos decir que la historia de la salvación es todo un «descenso»; es la aproximación de Dios a cada uno de nosotros para llevarnos hacia el cielo, para «hacernos subir» hacia la comunión con Él. La respuesta del hombre al amor de Dios es la otra cara de esta historia de amor comenzada de forma libre y gratuita por Dios mismo. El apóstol Pablo, en la nueva perspectiva abierta por la fe en Cristo, que no anula el corazón de esta historia de amor sino que la lleva a cumplimiento, recuerda que lo que importa a los ojos del Señor es precisamente la autenticidad de nuestra adhesión a Dios y no la pertenencia al pueblo que el Señor había elegido. La circuncisión verdadera –reafirma el apóstol– es la interior, la del corazón y del espíritu. Esta es la «circuncisión» cristiana, que tiene sus raíces en el corazón y no en la carne. Es más, en la Epístola a los Filipenses, dejándose llevar por un acento casi polémico, llega a decir que los verdaderos circuncisos son los cristianos: «Los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne» (3,3).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.