ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 14 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 5,1-11

Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al inicio de los cuatro capítulos centrales de la Carta (5-8), el apóstol exhorta a la comunidad de Roma a darse cuenta y a alegrarse de la salvación recibida, y a considerar que gracias a ella estamos llamados a vivir el Evangelio. Esta es la paz que los discípulos han recibido por medio de Jesucristo. Se trata de aquella paz fundamentada en Jesús y en su obra de salvación que ni siquiera las tribulaciones pueden arrebatarnos: ella, en efecto, representa la culminación del don de Dios a los hombres. Pablo expresa así el misterio de la paz que recibimos: «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». Esta es una de las afirmaciones centrales del Nuevo Testamento. Dios ha dirigido su mirada hacia nosotros y ha derramado en nuestros corazones su amor, no porque haya visto méritos especiales en nuestra vida. Al contrario, precisamente porque éramos pecadores y, por tanto, necesitábamos la salvación, Él, en su misericordia sin límites, envió a su Hijo que dio su vida por nosotros rescatándonos del mal y de la muerte: «En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos». Y el apóstol explica el increíble e inimaginable amor de Dios por nosotros: «Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros». Por eso nuestra esperanza es firme. No se basa en nosotros mismos, en nuestros méritos o en nuestras obras particulares, sino en el amor totalmente gratuito de Dios que se ha derramado con abundancia en nuestros corazones. A nosotros solo se nos pide acogerlo, custodiarlo y practicarlo. El amor crecerá en nosotros y a nuestro alrededor. Podríamos decir, pues, que la primera y fundamental obra que debemos realizar es precisamente acoger el amor de Dios en toda la vida pero especialmente en la oración perseverante. Se trata de una obra porque requiere, como cualquier obra, trabajo, atención, empeño, esfuerzo, sacrificios y pasión. Pero no podemos realizarla solos: el Espíritu reza con nosotros, «intercede por nosotros» (Rm 8,26).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.