ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Antonio abad. Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 17 de enero

Recuerdo de san Antonio abad. Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 7,1-13

¿O es que ignoráis, hermanos, - hablo a quienes entienden de leyes - que la ley no domina sobre el hombre sino mientras vive? Así, la mujer casada está ligada por la ley a su marido mientras éste vive; mas, una vez muerto el marido, se ve libre de la ley del marido. Por eso, mientras vive el marido, será llamada adultera si se une a otro hombre; pero si muere el marido, queda libre de la ley, de forma que no es adultera si se casa con otro. Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos respecto de la ley por el cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro: a aquel que fue resucitado de entre los muertos, a fin de que fructificáramos para Dios. Porque, cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la ley, obraban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra vieja. ¿Qué decir, entonces? ¿Que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Sin embargo yo no conocí el pecado sino por la ley. De suerte que yo hubiera ignorado la concupiscencia si la ley no dijera: ¡No te des a la concupiscencia! Mas el pecado, tomando ocasión por medio del precepto, suscitó en mi toda suerte de concupiscencias; pues sin ley el pecado estaba muerto. ¡Ah! ¡Vivía yo un tiempo sin ley!, pero en cuanto sobrevino el precepto, revivió el pecado, y yo morí; y resultó que el precepto, dado para vida, me fue para muerte. Porque el pecado, tomando ocasión por medio del precepto, me sedujo , y por él, me mató. Así que, la ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno. Luego ¿se habrá convertido lo bueno en muerte para mí? ¡De ningún modo! Sino que el pecado, para aparecer como tal, se sirvió de una cosa buena, para procurarme la muerte, a fin de que el pecado ejerciera todo su poder de pecado por medio del precepto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol subraya la libertad del cristiano respecto a la ley. Insiste en ello porque es fácil olvidar el abismo de tristeza del que hemos sido liberados. Hace bien, pues, el apóstol en exhortarnos para que recordemos nuestra situación pasada, cuando el pecado dominaba sobre nosotros amargando y entristeciendo nuestra vida y la de los que estaban a nuestro alrededor. El hombre carnal, el hombre no reanimado por el Espíritu, está encerrado en su propio egocentrismo y es por eso incapaz de mirar más allá de sí mismo y de vivir una vida hermosa y digna. La autorreferencialidad (o filautía, el amor por uno mismo, como decían los santos Padres) encadena el hombre al pecado y a la idolatría de sí mismo. La ley tuvo la tarea de desvelar este pecado; y Pablo lo explica tomando como ejemplo el adulterio: la mujer comete adulterio si va con otro hombre mientras el marido vive, pero tras su muerte está libre del vínculo. Pues bien, del mismo modo, dice Pablo, el creyente queda libre de la observancia de la ley gracias a la muerte de Cristo. En efecto, la salvación viene de Dios que da al hombre su Espíritu para que viva según el Evangelio y ya no según los deseos terrenales y carnales. Quien acoge a Cristo queda liberado de la obediencia de la ley y de la esclavitud de la carne para ser un hombre nuevo, espiritual, sostenido por la fuerza de Dios. Pablo demuestra cómo la ley es santa porque muestra dónde está el pecado, y es este último el que «procura la muerte». El cristiano, unido al Señor, sabe cómo distinguir el pecado que quisiera actuar en él a través de la tentación de la filautía. Esta es casi el nombre mismo del pecado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.