ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 28 de enero

Salmo responsorial

Salmo 16 (17)

Escucha, Yahveh, la justicia,
atiende a mi clamor,
presta oído a mi plegaria,
que no es de labios engañosos.

Mi juicio saldrá de tu presencia,
tus ojos ven lo recto.

Mi corazón tú sondas, de noche me visitas;
me pruebas al crisol sin hallar nada malo en mí;
mi boca no claudica

al modo de los hombres.
La palabra de tus labios he guardado,
por las sendas trazadas

ajustando mis pasos;
por tus veredas no vacilan mis pies.

Yo te llamo, que tú, oh Dios, me respondes,
tiende hacia mí tu oído, escucha mis palabras,

haz gala de tus gracias, tú que salvas
a los que buscan a tu diestra refugio contra los que
atacan.

Guárdame como la pupila de los ojos,
escóndeme a la sombra de tus alas

de esos impíos que me acosan,
enemigos ensañados que me cercan.

Están ellos cerrados en su grasa,
hablan, la arrogancia en la boca.

Avanzan contra mí, ya me cercan,
me clavan sus ojos para tirarme al suelo.

Son como el león ávido de presa,
o el leoncillo agazapado en su guarida.

¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale;
libra con tu espada mi alma del impío,

de los mortales, con tu mano, Yahveh,
de los mortales de este mundo, cuyo lote es la vida!
¡De tus reservas llénales el vientre,
que sus hijos se sacien,
y dejen las sobras para sus pequeños!

Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro,
al despertar me hartaré de tu imagen.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.