ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

V del tiempo ordinario
Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480-ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 10 de febrero

Homilía

«Dejándolo todo, le siguieron.» Así se cierra el Evangelio del quinto domingo del tiempo ordinario, y se puede decir que este es el verdadero «milagro» de la pesca en el lago. Jesús se revela como el primer pescador de hombres. El Evangelio nos lleva a orillas del lago con Jesús, que está en medio de la gente. Está casi asediado. Quizá es una imagen que puede parecer desconcertante («la gente se agolpaba a su alrededor», escribe el texto), pero es hermosa. Finalmente aquellos hombres y aquellas mujeres «vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» habían encontrado a un hombre que sabía hablar a sus vidas. Muchos corrían hacia él y trataban de acercarse, de tocarle, hasta el punto de empujarle peligrosamente hacia el agua. Jesús no pasó de largo como hizo en Nazaret ni se alejó molesto. Vio allí dos barcas amarradas. Pide entonces subir a una de ellas –la de Simón–, y le invita a alejarse un poco de la orilla. Y desde la barca comienza entonces a hablar a la multitud. Esta vez el evangelista subraya el elemento de la enseñanza más que su contenido, a diferencia de lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret. Jesús maestro (Christòs didàskalos) es el icono central de la vida cristiana. En los siglos futuros esta imagen llenará las iglesias cristianas.
Solo después de la predicación de Jesús la «barca de Pedro» puede «bogar mar adentro» y adentrarse en el mar profundo de la vida. En efecto, la fuerza de esta barca (como de cada uno de sus pasajeros) nace de la orden de Jesús. No importa que el mandato parezca humanamente inconcebible o extraño, como advierte Pedro de inmediato: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada». El discípulo prosigue a continuación: «Pero, por tu palabra, echaré las redes». La obediencia a la palabra de Jesús provoca una pesca extraordinaria: «Y, haciéndolo así (es decir, obedeciendo) pescaron gran cantidad de peces». También nuestro mundo, el de hoy, marcado por «aguas profundas» como le gustaba decir a Pablo VI, necesita esta barca y pescadores obedientes al Evangelio. No hay duda de que los creyentes (todos los cristianos, pequeños y grandes), especialmente hoy, deben reencontrar la fe de Pedro. No es cuestión de sentirse puros y sin mancha. Ciertamente Pedro no era inmune al pecado, incluso los evangelios nos lo muestran no pocas veces débil y traidor, pero supo arrodillarse.
Este hombre que el Evangelio nos muestra postrado de rodillas ante Jesús es la imagen del verdadero creyente, un ejemplo para todos nosotros. Pedro reconoce en Jesús al Kyrios, el verdadero señor de su vida. Se postra ante él y exclama: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Es la oración de un pecador que encuentra un Dios lleno de amor y de compasión sobre todo hacia los débiles y los pecadores. En efecto, Dios no se aleja nunca del pecador sino que se acerca, es más, incluso va a buscarlo. Jesús, el enviado de Dios, no ha venido para rodearse de justos sino de culpables, no ha ido al encuentro de los sanos sino que va en busca de los enfermos. Sin embargo la oración de Pedro es verdadera: sus palabras expresan su verdad ante Dios, pero sobre todo su necesidad de salvación. Pedro, arrodillado con estas palabras en los labios, es la imagen más auténtica del hombre religioso. Ya Isaías (es la primera lectura de la liturgia) indicaba esta actitud: «Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado. … Y dije: estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros» (Is 6,5-8). En un mundo donde los hombres se han creado numerosos tronos ante los que no solo se arrodillan sino que incluso sacrifican la vida, es necesario recuperar la altura, la profundidad, la unidad de Dios. Zarandeados como estamos por las «aguas profundas» de este mundo nuestro, todos necesitamos reencontrar la fe de Pedro, que nos hace arrodillarnos ante Jesús. A nosotros, pobres hombres y pobres mujeres «de labios impuros», pero postrados ante Dios, hoy se nos dice, como a Pedro aquel día: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». «Desde ahora»: de ahora en adelante. Este nuevo comienzo de Pedro, que lo es también de todo el que se acerca a Él, es el verdadero milagro que el mundo espera.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.