ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 1,1-9

Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, apóstol, junto a Sóstenes, como si quisiera obedecer al mandamiento de Jesús de ir «de dos en dos», envía una carta a la «Iglesia de Dios que está en Corinto». Ciertamente, en Corinto conocían la palabra ecclesia: indicaba la reunión de los habitantes de una ciudad que gozaban de pleno derecho de ciudadanía. Pablo, al llamar a los cristianos de Corinto «Iglesia de Dios», quería hacer comprender que eran una asamblea, una comunidad, reunida por Dios en la ciudad de Corinto. Existe por tanto un vínculo entre la Iglesia y la ciudad. En efecto, independientemente del número de sus miembros, la Iglesia tiene ante sí el horizonte de la ciudad: los creyentes deben darle testimonio del Evangelio. Por tanto no son una isla, un grupo autosuficiente que se basta a sí mismo: Dios los ha elegido y los ha hecho «santos», es decir «separados», para unirlos a «cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro». Por eso la comunidad local no puede prescindir de las demás comunidades esparcidas por el mundo. Ante los ojos de Pablo se presenta el gran misterio del pueblo que el Señor ha reunido a su alrededor desde todos los lugares de la tierra. Es el sentido de esa universalidad –hoy se diría globalización– innata en la fe cristiana. Esto no reduce la atención del apóstol hacia la comunidad de Corinto; al contrario, Pablo da gracias al Señor por los progresos que ha realizado. Sus palabras permiten comprender que a la generosidad de la respuesta al Evangelio por parte de los corintios ha correspondido la generosidad del Señor derramando sobre ellos sus dones: «Habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo». La comunidad de Corinto no parecía ser tibia o apagada, sino que se mostraba «enriquecida» en amor. El apóstol explica el motivo: se había consolidado entre ellos la «comunión» con Jesús. Jesús lo había dicho a sus discípulos: «El que permanece en mí da mucho fruto».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.