ORACIÓN CADA DÍA

Miércoles de ceniza
Palabra de dios todos los dias

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Libretto DEL GIORNO
Miércoles de ceniza
Miércoles 13 de febrero

Salmo responsorial

Salmo 50 (51)

Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,
por tu inmensa ternura borra mi delito,

lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.

Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;

contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.
Por que aparezca tu justicia cuando hablas
y tu victoria cuando juzgas.

Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.

Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo secreto me enseñas la sabiduría.

Rocíame con el hisopo, y seré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.

Devuélveme el son del gozo y la alegría,
exulten los huesos que machacaste tú.

Retira tu faz de mis pecados,
borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,
un espíritu firme dentro de mí renueva;

no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.

Vuélveme la alegría de tu salvación,
y en espíritu generoso afiánzame;

enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia;

abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.

Pues no te agrada el sacrificio,
si ofrezco un holocausto no lo aceptas.

El sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo
desprecias.

¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!

Entonces te agradarán los sacrificios justos,
- holocausto y oblación entera -
se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.