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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, padres de la Iglesia Eslava y patrones de Europa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de febrero

Recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, padres de la Iglesia Eslava y patrones de Europa.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Corintios 1,10-16

Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo! Así, nadie puede decir que habéis sido bautizados en mi nombre. ¡Ah, sí!, también bauticé a la familia de Estéfanas. Por lo demás, no creo haber bautizado a ningún otro.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Los cristianos de Corinto, a pesar de estar mezclados tanto con gente sencilla y pobre como con personas de un cierto bienestar, habían sido hechos «santos», es decir, partícipes de la Iglesia, la familia de Dios. Y Pablo, consciente de las nuevas relaciones que se establecen entre los miembros de una misma familia, los llama «hermanos». Es la primera vez que utiliza este término. Ser miembro de esta familia es un don, una gracia, que enriquece al que es llamado a formar parte de ella. El apóstol lo acaba de recordar: «En él (en Cristo) habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento». Ser hijo de esta singular familia significa participar también de la sabiduría que ella custodia. Por eso los creyentes son exhortados a dar gracias al Señor y a continuar «firmes hasta el final». La firmeza, sin embargo, requiere que todos sean «unánimes en el hablar, y no haya entre vosotros divisiones», y que vivan «en una misma mentalidad y un mismo juicio». La «familia del Señor» debe tener un mismo sentimiento, debe vivir con «un solo corazón y una sola alma», tal como dicen los Hechos. Esa comunión es la razón misma de la comunidad, reunida precisamente por un único pastor, por un único maestro, el Señor Jesús. Por desgracia, el demonio de la división, que anida en el corazón de cada uno, si no se ve contenido por el amor contamina la comunión hasta herirla, y si no se le detiene, hasta matarla. Por eso el apóstol interviene inmediatamente, porque sabe bien cuál es la gravedad del peligro que corre la comunidad de Corinto. Las distintas corrientes que se han formado siguen a uno u a otro, pero Pablo llama a los corintios a mirar al único maestro, Jesús. Y Jesús no puede ser dividido, su Evangelio no puede ser desgarrado por los particularismos de cada uno: cada uno está llamado a morir a sí mismo para acoger en su corazón «los sentimientos que están en Cristo Jesús», que mantienen firme la comunidad de discípulos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.