ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 25 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Corintios 5,6-13

¡No es como para gloriaros! ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad. Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer! Pues ¿por que voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El apóstol exhorta a los miembros de la comunidad a estar atentos a la fidelidad al Evangelio: a no dejarse fermentar por la «levadura vieja» de los instintos que nos empujan al orgullo, a la autosuficiencia, al amor solo por nosotros mismos, sino por la «levadura nueva» de la Palabra de Dios, que da visiones nuevas a la comunidad y la energía para realizarlas, y ser así esperanza para el mundo. La fidelidad al Evangelio quiere decir ponerlo en práctica al pie de la letra, como hacía Francisco de Asís, que se convirtió en un creyente «informado» por el Evangelio. La vida de la comunidad debe mostrar el Evangelio vivido concretamente. Vuelven a la memoria las palabras evangélicas de ser «sal y luz» para el mundo entero. Si la comunidad pierde el sabor de la fraternidad y si no tiene la sabiduría de indicar el camino hacia una vida justa y llena de amor, ¿de qué sirve? En verdad se podría catalogar entre los productos «religiosos» que el gran supermercado ofrece a los hombres de nuestro tiempo, pero no sería de ningún modo el lugar de la salvación. Solo la «pureza» del Evangelio justifica a la Iglesia y la hace atractiva para los pobres y para todos aquellos que buscan una vida plena. El Evangelio hace a la comunidad, y a cada discípulo, buenos y fuertes para afrontar y derrotar el mal. El apóstol sabe bien que la comunidad no es una secta de puros y fuertes, y que no puede dejar de tener relación con la ciudad en la que vive: «No me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo» (v. 10). Se siente en esta observación el eco de la parábola evangélica de la buena semilla y la cizaña. La paciencia del propietario del campo es la misma que la de la Iglesia y la de todo discípulo. Dentro de la comunidad cristiana, sin embargo, la situación es distinta. No es que esta no esté compuesta por hombres y mujeres débiles y pecadores, pero es necesario preservarla de la degeneración, es decir, del debilitamiento de la dimensión evangélica, de la corrupción de la fraternidad, de la falta de amor por los pobres. Estas semillas envenenadas deben ser arrojadas «de entre vosotros», advierte el apóstol con paterna autoridad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.