ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

V de Cuaresma
Recuerdo de José de Arimatea, discípulo del Señor que «esperaba el reino de Dios»
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 17 de marzo

Primera Lectura

Isaías 43,16-21

Así dice Yahveh,
que trazó camino en el mar,
y vereda en aguas impetuosas. El que hizo salir carros y caballos a una
con poderoso ejército;
a una se echaron para no levantarse,
se apagaron, como mecha se extinguieron. ¿No os acordáis de lo pasado,
ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo:
ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?
Sí, pongo en el desierto un camino,
ríos en el páramo. Las bestias del campo me darán gloria,
los chacales y las avestruces,
pues pondré agua en el desierto
(y ríos en la soledad)
para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo me he formado
contará mis alabanzas.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.