ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Segunda Corintios 1,1-11

Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya; a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación. Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. El nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en él esperamos que nos seguirá librando, si colaboráis también vosotros con la oración en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Pablo vuelve a escribir a la «iglesia de Dios que está en Corinto» y a todos los «santos», los cristianos que viven en Acaya, es decir, en la actual parte central de Grecia. El apóstol no teme llamar «santos» a los cristianos y a toda la Iglesia. Sabe perfectamente que todos son pecadores, pero la santidad de la Iglesia viene de lo alto, de Dios. El Señor es quien llama y reúne a los pecadores para sustraerlos del pecado y de la muerte. Y por eso sus primeras palabras son un himno de acción de gracias y de alabanza por lo que Dios ha hecho, tanto en la vida de la Iglesia como en su vida personal. Es al Dios de la consolación a quien Pablo da gracias, y lo hace también porque la consolación con la que él es consolado puede derramarla a su vez sobre la comunidad de Corinto. Pablo no esconde las dificultades que atraviesa a causa del Evangelio. Habla incluso de un peligro mortal. No se comprende a qué se refiere, pero sin duda debió pensar que había llegado su fin. No obstante el apóstol confiesa su firme fe en el Señor, al que se siente asimilado en la tribulación, y bendice a Dios Padre, que no deja de darle aliento y consolación en los momentos de dolor. El apóstol confía a los corintios que precisamente en las tribulaciones más duras ha aprendido a no depositar la confianza en él mismo, sino en la fuerza de un Dios que resucita a los muertos. La firmeza de la fe no se basa en nuestra fuerza o en nuestras capacidades, sino solo en la certidumbre del amor de Dios por nosotros, y en la convicción de que su obra de liberación nunca cesará. Pablo, sin embargo, pide a los corintios que tomen parte tanto en sus sufrimientos así como lo hacen en su consolación. Es el sentido de la fraternidad cristiana, que impulsa a llevar el peso los unos de los otros, y a alegrarnos con las alegrías ajenas. Y pide la ayuda de la oración: «Si colaboráis también vosotros con la oración en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre» (v. 11). La oración recíproca, que se convierte siempre en agradecimiento al Señor, es una de las manifestaciones más hermosas y más fuertes del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.