ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 23 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Segunda Corintios 1,12-24

El motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia, de que nos hemos conducido en el mundo, y sobre todo respecto de vosotros, con la santidad y la sinceridad que vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios. Pues no os escribimos otra cosa que lo que leéis y comprendéis, y espero comprenderéis plenamente, como ya nos habéis comprendido en parte, que somos nosotros el motivo de vuestro orgullo, lo mismo que vosotros seréis el nuestro en el Día de nuestro Señor Jesús. Con este convencimiento quería yo ir primero donde vosotros a fin de procuraros una segunda gracia, y pasando por vosotros ir a Macedonia y volver nuevamente de Macedonia donde vosotros, y ser encaminado por vosotros hacia Judea. Al proponerme esto ¿obré con ligereza? O ¿se inspiraban mis proyectos en la carne, de forma que se daban en mí el sí y el no? ¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria de Dios. Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones. ¡Por mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto, ha sido por miramiento a vosotros. No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis firmes en la fe.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

En la comunidad de Corinto se habían presentado algunos predicadores que habían empezado a criticar a Pablo y a acusarlo, poniendo en tela de juicio su sinceridad, su apostolicidad y el Evangelio que predicaba. Había sucedido lo mismo en Galacia. Pablo se ve obligado a defenderse, aunque su defensa es ante todo una defensa del Evangelio que predica, y para el que había recibido incluso confirmación de los demás apóstoles reunidos en Jerusalén. Con esta carta Pablo quiere reafirmar el valor de su anuncio, que viene de la gracia de Dios y no de la sabiduría o de la fuerza de la «carne». Por eso puede manifestar su «orgullo». Sin embargo no es el orgullo de la vanagloria por las –tal vez presuntas– cualidades. Es una tentación que muchos conocemos. El orgullo del que habla el apóstol es el de quien gasta su vida para anunciar el Evangelio, de quien puede presentar al Señor una comunidad fruto de su predicación. Así pues, el apóstol dice en otra parte: «El que se gloríe, gloríese en el Señor». Es este orgullo el que impulsa a Pablo a confirmar su cariño y su preocupación por la comunidad. Habría querido visitarla pronto, pero le fue impedido, y debió cambiar sus planes. Por tanto no es una cuestión de volubilidad: «¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no» (v. 18). El hecho de que no haga la visita no es signo de desinterés o de miedo ante aquellos que lo acusan. Y con esta carta quiere reafirmar la llamada común que Cristo le ha hecho a él y a la comunidad, a la que en este punto se siente unido por la misma unción y el sello común del Espíritu Santo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.