ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 8 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 2,1-17

En mi interior tomé la decisión de no ir otra vez con tristeza donde vosotros. Porque si yo os entristezco ¿quién podría alegrarme sino el que se ha entristecido por mi causa? Y si os escribí aquello, fue para no entristecerme a mi ida, a causa de los mismos que deberían procurarme alegría, convencido respecto de todos vosotros de que mi alegría es la alegría de todos vosotros. Efectivamente, os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo. Pues si alguien ha causado tristeza, no es a mí quien se la ha causado; sino en cierto sentido - para no exagerar - a todos vosotros. Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él. Pues también os escribí con la intención de probaros y ver si vuestra obediencia era perfecta. Y a quien vosotros perdonéis, también yo le perdono. Pues lo que yo perdoné - si algo he perdonado - fue por vosotros en presencia de Cristo, para que no seamos engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos. Llegué, pues, a Tróada para predicar el Evangelio de Cristo, y aun cuando se me había abierto una gran puerta en el Señor, mi espíritu no tuvo punto de reposo, pues no encontré a mi hermano Tito, y despidiéndome de ellos, salí para Macedonia. ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento! Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden: para los unos, olor que de la muerte lleva a la muerte; para los otros, olor que de la vida lleva a la vida. Y ¿quién es capaz para esto? Ciertamente no somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo había decidido no ir a Corinto para evitar afligir a la comunidad. La tristeza de la comunidad le habría entristecido también a él. Por otra parte, Pablo no quiere dominar sobre sus comunidades, quiere hacerlas crecer con amor. Por eso les había enviado una carta (que se perdió) que había escrito entre «muchas lágrimas» en la que manifestaba su aflicción y su angustia, pero «para que conocierais el amor desbordante que a vosotros os tengo» (v. 4). No es que hubiera desaparecido la angustia que le había causado el que le había ofendido personalmente (cf. 7,12). En verdad que este ofendía asimismo a la comunidad entera y ha sido justo castigarle. El castigo, observa Pablo, no debe llegar a la dureza: el necesario ejercicio de la corrección no debe poner en peligro la salvación del culpable. Por eso es necesario utilizar la caridad del perdón incluso con aquellos que han sembrado discordia. A pesar de las dificultades surgidas Pablo no deja de dar gracias a Dios por haberle hecho partícipe del Evangelio de la resurrección, aquel Evangelio que incansablemente comunicó a todos, sobre todo a los paganos, y que se convirtió en «perfume de Cristo» para todo el mundo. Pablo es consciente de que la comunicación del Evangelio es la base de la vida cristiana y que el Evangelio se convierte para aquellos que lo escuchan en una ocasión de tomar una decisión fundamental, a favor de la vida o de la muerte. Quienes eligen el Evangelio se convierten también ellos en perfume de Cristo. De ahí la responsabilidad de no privar a nadie de la palabra de vida que viene de Dios. Fuertes en el Evangelio, comuniquémoslo con franqueza y generosidad para que llegue a todos el perfume de Cristo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.