ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 11 de abril

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 4,7-18

Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida. Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, que no ha dudado en exaltar el ministerio apostólico con todo lo que significa, es consciente de su debilidad y de la nuestra. Por eso afirma: «Llevamos este tesoro en recipientes de barro». De ese modo se ve claramente que la fuerza extraordinaria del ministerio no viene de nosotros sino de Dios. El apóstol reinterpreta su vida bajo esta luz. Y comprende que a pesar de las tribulaciones, las amenazas, los peligros y las dificultades, Dios jamás lo ha abandonado. Al contrario, en la debilidad de su existencia se ha manifestado «la vida de Jesús». En la persecución y en el abandono, Pablo se vio similar a Jesús, que «conoce bien el sufrimiento». La fe hace fuerte al discípulo incluso ante las dificultades y las adversidades. Por eso Pablo no se retracta ante las dificultades y los peligros, sino que siempre proclama el Evangelio: «Creí, por eso hablé». Nosotros, discípulos del Señor, revestidos con la fuerza de la fe, somos llamados a comunicar a todos al Señor Jesús a través de nuestra vida: en ella debe resplandecer la vida misma de Jesús. El apóstol exhorta a no decaer, a no desanimarse ante la debilidad y el mal que afectan a nuestra vida y la vida del mundo. Si por una parte experimentamos el debilitamiento del cuerpo, por otra debemos esforzarnos para que el hombre «interior», el espiritual, se renueve día tras día. Los sufrimientos de hoy, especialmente los que sufrimos a causa del Evangelio, no se pueden comparar con la gloria que deberá manifestarse en nosotros (cf. Rm 8,18).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.