ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 16 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 7,1-16

Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios. Dadnos lugar en vuestros corazones. A nadie hemos ofendido; a nadie hemos arruinado; a nadie hemos explotado. No os digo esto con ánimo de condenaros. Pues acabo de deciros que en vida y muerte estáis unidos en mi corazón. Tengo plena confianza en hablaros; estoy muy orgulloso de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones. Efectivamente, en llegando a Macedonia, no tuvo sosiego nuestra carne, sino, toda suerte de tribulaciones: por fuera, luchas; por dentro, temores. Pero el Dios que consuela a los humillados, nos consoló con la llegada de Tito, y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que le habíais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar, vuestro celo por mí hasta el punto de colmarme de alegría. Porque si os entristecí con mi carta, no me pesa. Y si me pesó - pues veo que aquella carta os entristeció, aunque no fuera más que por un momento - ahora me alegro. No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a arrepentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nuestra parte no habéis sufrido perjuicio alguno. En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte. Mirad qué ha producido entre vosotros esa tristeza según Dios: ¡qué interés y qué disculpas, qué enojo, qué temor, qué añoranza, qué celo, qué castigo! En todo habéis mostrado que erais inocentes en este asunto. Así pues, si os escribí no fue a causa del que injurió, ni del que recibió la injuria. Fue para que se pusiera de manifiesto entre vosotros ante Dios vuestro interés por nosotros. Eso es lo que nos ha consolado. Y mucho más que por este consuelo, nos hemos alegrado por el gozo de Tito, cuyo espíritu fue tranquilizado por todos vosotros. Y si en algo me he gloriado de vosotros ante él, no he quedado avergonzado. Antes bien, así como os hemos dicho siempre la verdad, así también el motivo de nuestra gloria ante Tito ha resultado verdadero. Y su corazón se inclina todavía más hacia vosotros al recordar la obediencia de todos vosotros y cómo le acogisteis con temor y temblor. Me alegro de poder confiar totalmente en vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, mientras elogia a la comunidad cristiana de Corinto por su fe, le pide que «le dé lugar en sus corazones» (v. 2). El apóstol sabe a conciencia que «a nadie ha ofendido», pero es consciente de que no es suficiente con sentirse tranquilo con su conciencia, sino que es necesario que se reconstruya el vínculo de amor entre él y sus hijos, como también entre los hermanos. Cuando uno se contenta con su propia tranquilidad solo se ve a sí mismo. La fraternidad, que es el bien de la comunidad, exige que se cure la relación de amor entre los hermanos. El apóstol pide que le «acojan en su corazón», que sus hijos lo amen. No es una cuestión que se plantea en el ámbito psicológico, que también tiene su importancia, sino esencialmente en el del amor evangélico. Pablo es plenamente consciente de que la carta que les había enviado con gran aflicción de corazón y entre muchas lágrimas (2,4) les había entristecido. Pero había que corregirles. Si no lo hubiera hecho, no se habrían producido aquellos cambios que eran necesarios. Pablo desea que los corintios entiendan bien el sentido de la corrección como acto de amor. Las palabras que parecían duras, y lo eran en cierto sentido, dieron frutos de arrepentimiento y de conversión. Pablo se detiene en este tema porque sabe bien que en toda comunidad hay que predicar la Palabra de Dios para que penetre hasta lo más profundo y divida en nuestro interior el bien del mal como una espada afilada. Es obvio que no es una operación sin dolor y produce siempre aflicción, pero es momentánea y por tanto hay que saludar porque elimina de nuestro corazón todo lo que tiene relación con el pecado. De este modo podemos crecer en el amor de Dios y de los hermanos. Pablo entendió bien que la carta iba acompañada también por el envío de un hermano, en este caso Tito, a quien había hecho el elogio de la comunidad. La acogida que la comunidad le ha reservado, que no era sino la obediencia al apóstol, ha facilitado a Tito la tarea pastoral de resolver las discordias. El apóstol demuestra su gran sabiduría pastoral: la vida de la comunidad no crece a través de reglas frías, sino dentro de un amor fuerte, que también requiere correcciones y dolor, pero que no puede prescindir de las relaciones personales. Si hay un amor fuerte, la corrección es aceptada y al final lleva a la alegría de la fraternidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.